de La sal

mariano peyrou

 

marianopeyroumarianopeyroumarianopeyroumarianopeyroumariano

peyroumariano peyrou

 

 

 

Murmurando un idioma que

entiende cualquier célula, llega el

mar hasta las puertas de un niño que

se moja. El mar hospital es el mar

aeropuerto, a diez kilómetros de altura

se traza una línea sobre la arena donde no

alcanzan las olas con sus manos maternas

y hasta siempre el agua por los

tobillos. El mar verano no es el

único, está también el mar en la ciudad

exilio: el cable del teléfono enterrado

en el fondo, nombres que superan el

naufragio y se arrepienten y reclaman

apellidos, la gestación de una mitología,

la necesidad de aprender a despedirse

sin haber aprendido a saludar

y sobre todo la precaución de

no pisar las junturas de las baldosas, no

acercarse a los bordes ni conjurar

lo liminal o la antizona. El mar

asoma en todo lo que es

puerta: los ocasos, las bocas, la

música, estar solo; asoma y anticipa

la isla y el azar, la sensación de

consecuencia sin causa conocida.

 

 

El mar dos polos también finge, simula un

pez lineal, adusto, recurrente; y pájaro,

se resiste al resumen y a la síntesis, pez

cuyo vuelo se aloja en otro mar.

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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