mariano peyrou mariano peyrou mariano peyrou

mariano peyrou

 

 

Suena el timbre y puede ser

cualquiera pero no es cualquiera sino

típicamente una tía o amigos de

los padres. Nunca hay que abrir la

puerta a los desconocidos, como mucho a un

señor que ofrece cosas insignificantes. Pudo

haber también un policía, con esa

ambigüedad que tienen a los siete años,

para qué acordarse ahora de algo. La apertura

de esas primeras puertas desde abajo, instante

siempre mal estructurado a ambos

lados de la mirilla, y la siempre

inútil simpatía de los adultos que por

fin entran en casa. El salón

está tan ordenado, ahora es ajeno,

daría casi miedo ser yo mismo o mis

dibujos y raquetas, daría casi

ganas de contar que los padres mienten

y esta seriedad de los sillones y la

mesa y de los padres es disfraz, que hay

té pero el azucarero está lleno de sal.

 

Existen distintas maneras de abrazar

a la almohada, como se puede

uno meter en la bañera cuando aún

no está llena, o tener y por lo tanto

ser en secreto algún insecto. Desde la

cama son gritos las palabras en

el cuarto de al lado, y el ruido

de las copas una vajilla rota. Las

certezas: sé que soy yo

el que abraza esta almohada porque esta

almohada es la mía; sé que esta almohada

es la mía por su forma de abrazarme.

 

 

 

 

 

 

 


 

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