–
Para revivir la edad anaranjada, hay que convocar a todos los testigos,
a los que sufrieron, a los que se reían, y también al más pequeño y al que estaba más lejos.
Hay que reencender a las abuelas; que vengan con sus grandes cruces de canela a cuestas
y bien clavadas con aquellos largos clavos aromáticos, como cuando vivían alrededor del fuego
y del almíbar.
Hay que interrogar al alhelí y acosarlo a preguntas, no vaya a perderse algún detalle morado.
Hay que hablar con la mariposa, seriamente, y con los gallos salvajes de bronca voz y grandes
uñas de plata.
Y que vengan las verónicas de entonces, las pálidas verónicas -errantes entre las flores y los árboles
y el humo- que devuelvan el rostro del azúcar, el retrato de los higos.
Y mandar aviso a las glicinas para que traigan su vieja actitud de uva. Y a lá populosa granada,
y a la procesión de las yucas, y al guardián de los nísperos, amarillento y odioso, y a mi cabellera
de entonces, todo llena de brujas y planetas, y a las cabañas errantes, y al ángel de los cerros,
el de las amatistas -con un ala rosada y la otra azul- y a los azahares del limón, grandes como nardos.
Y que vengan todas las cajas de papel de plata, y todas las botellas de colores, y también las llaves
y los abanicos, y el pastel de Navidad parado en sus zancos de cerezas.
Para revivir la edad anaranjada, hay que no olvidar a nadie, y hay que llamar a todos.
Y sobre todo al señor humo, que es el más serio y el más tenue y el más amado.
Y hay que invitar a Dios.
–
–
–
–
–
–
–
Marosa di Giorgio
de La edad anaranjada
Humo, 8
Primera edición: octubre, 2012
Fondo de Animal Editores, 2012
Guayaquil–Ecuador
Colección Ave Roc
–
–
–
0 comentarios