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Para cazar insectos y aderezarlos, mi abuela era especial,
les mantenía la vida por mayor deleite y mayor asombro de los clientes o convidados.
A la noche íbamos a las mesitas del jardín con platitos y saleros, en torno estaban
los rosales, las rosas únicas, inmóviles y nevadas.
Se oía el rum rum de los insectos debidamente atados y mareados, los clientes llegaban
como escondiéndose, algunos pedían luciérnagas, que era lo más caro, ay! aquellas luces,
otros mariposas gruesas color crema con una hoja de menta y un minúsculo caracolillo.
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… Y recuerdo cuando servimos aquella gran mariposa negra, que parecía de terciopelo,
que parecía una mujer.
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Di Giorgio, Marosa: Los papeles salvajes. Ediciones Tierra Firme, 1998
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