Trajeron un pescado enorme, desde la lagunita. ¿Cómo? iAIIa sobresaldría! Pero, era, así.

Lo dejaron fuera. Muchos metros.

Los niños, enseguida, se le trepaban y caían resbalando. Aunque era de noche conservó los colores,

-como ocurrió siempre, con todo, en casa- sus oros y salmones.

Las flores, también, conservaban los colores, algo más aterciopelados.

Tal vez, el ya había muerto, pues, bajó los anchos ojos, y de la boca, le salían lagrimas.

Alguien dio un cuchillazo; pero, no se vio eso; se vio ya hecho.

Y de su interior empezó a manar lo único que había, y en infinitud: unos objetos pequeños y duros;

que parecían avellanas, que parecían balas; no era ninguna cosa conocida.

Todos los miembros de la familia trajeron vasos, ollas y floreros y juntaban con avidez.

Y los vecinos, enterados automáticamente, acudían, también, con vasijas.

Y, ahora, ¿que? Pensé. ¿No era preferible proseguir la cena, leer la novela, hacer los deberes,

aguardar el invierno?

Di un manotazo para que huyesen los murciélagos, y tracé algunas palabras en el desolado papel.

la edad anaranjada

Marosa di Giorgio

Primera edición: octubre, 2012

Fondo de Animal Editores, 2012

Guayaquil-Ecuador

Ave Roc


 

 

 

 

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