Mece el viento la cortina ondulante
descubriendo el azul de un cielo que se esconde
travieso, tras la blancura de su paño.
Suena la melodía de Dios
y reconozco de nuevo la mañana
en su origen primitivo — desmemoriada
y luminosa, como las fachadas del sur —
La brisa sopla a favor,
entra la cortina por la ventana,
se ahueca.
Ahora la habitación es un velero
y el sol repite la misma ceremonia
sabedor, esperándome.
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