Celia, está en el sofá de su casa y tiene la bonita capacidad

de abstraerse enseguida. Que viene a ser como asomarse

a la ventana de sí misma pero hacia dentro. Una capacidad

de la que carecen los tiburones, a los que detecta con facilidad.

 

Incluso es capaz de hacerlo a pesar de esa bola de demolición

que cuelga de su flor dorada,

y que lleva a cuestas en el oído de sentir. Algo que choca contra

lo blanco puro de su piel,

que parece no provocar ni el más mínimo temblor.

 

Y es que en estos tiempos que corren, se necesita mucha capacidad

para desmemorizar sin olvidar. Las mujeres entienden esto.

 

Celia está guapa de boca entreabierta y de ojos, porque no se le cae

la mirada cuando el fotógrafo tarda un poco más en disparar.

Y así, apunta al infinito con esos labios rojos para ver si llegan pronto

los días, los momentos, en que todo se soluciona y vuelve a vivirse

la vida, sólo la vida; así: cosa bravísima.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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