los ciudadanos de la plazoleta
Tal vez los dioses nos vean así, desde arriba, como nos ven los gorriones y los patos y el vecino del sexto
cuando pasamos por debajo de su balcón.
Desde arriba las cosas parecen más fáciles, con menos sangre y menos cansancio, como jugar al ajedrez
con nosotros mismos pero sin normas y sin comernos las piezas, eso es, como jugar al ajedrez libre y libremente.
Al ver a estos ciudadanos que cruzan la plazoleta cuadriculada, podemos preguntarnos: ¿por qué se preocupan
por su peinado cuando les van a cortar la cabeza?
Desde arriba parecen otros, desde luego, más fáciles y honrados, con más disciplina y menos complicaciones,
pero debe ser que la perspectiva nos engaña, porque el tiempo no espera a las personas ni a nadie.
Desde la altura comprendemos de inmediato que el dinero es, ciertamente, un instrumento demasiado peligroso
para dejarlo en manos de los pobres y que el mundo no es un espectáculo, sino un campo de batalla: podemos hablar
de la tiranía de Nerón y de Tiberio, pero la tiranía real es la del vecino de al lado.
Van todos ellos ligeros de equipaje, como los hijos de la mar —lo dijo el poeta— y todos ellos enseñan impúdicamente
su sombra, que desde esta altura parece un órgano sexual suplementario, pero del tamaño que debería tener cualquier
órgano sexual: algo en lo que cupiera un congénere, en donde otro ciudadano o ciudadana pudiera meterse sin grandes
dificultades.
Van cada uno a la suya, tal vez porque saben que no llegarán a conocerse jamás, porque la vida casi siempre nos separa
enseguida, deprisa, antes de que tengamos tiempo de darnos la vuelta cuando vemos a alguien de quien podríamos
enamorarnos, porque parte —sabiamente— del principio de que un hombre educado es el que tiene los amores y los odios
justos, justos.
Algunos opinan que es obvio que el mundo se va al infierno, y otros añaden que un lugar del que no se puede salir
es ya un infierno.
Desde esta visión panorámica y privilegiada, debemos añadir que ser adulto significa estar solo —en la plazoleta no hay
ninguna pareja de ciudadanos—, pero para evitar pesimismos innecesarios, diremos —con el poeta: cuanta más gente conozco,
mejor me caen los Corleone.
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