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las manos de Jessi
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La belleza de las manos de Jessi puede enloquecer a cualquiera, tal vez a cualquiera.
Se ha quitado la frente y ahora, desorientada, se pregunta: ¿qué me pasa, que no tengo ojos?
¿qué me pasa, que no tengo alma? Ya va a venir el día, Jessi, ponte el cuerpo. Y chúpate los
dedos: la panadera piensa en ti, el carnicero piensa en ti.
Ay, qué grandes son sus manos, ay qué largos son sus dedos: como la madera sucia del establo.
Jessi acaba de ausentarse, pero la veo como un gorrión en bloque, como un escándalo de materia
prima con legumbres tiernas y legumbres bravas.
¿A quién encontraremos ahora en su alma, ahora, que son ya las once de tiempo en su experiencia
personal? Tal vez es hermosa como el oxígeno, pero abundante de sustancias peligrosas.
Nos esconde sus orejas de marcelo, no vemos su cabello de cabeza en cabeza, cayendo de rodillas
sobre los hombros.
Es una mujer aumentativa en su modo de ser y en la dulce tarde. Pensando en lógica aromática,
¿Jessi no tiene un vestido azul, un pájaro que vuele o que gatee, un esqueleto sustancial de hueso?
En el centro está ella, y a la derecha, también, y a la izquierda, de igual manera. Supongo que se
habrá acabado tu traje negro, Jessi, amada en masa, y ahora podemos ver que tus dos mitades
concuerdan en género y en número, como si fueses una sola unidad femenina.
Desde tus rodillas, ay, bajas tú misma por etapas hasta el suelo, y subes también por etapas hasta
tus dedos metacarpos, que van cosiendo lo infinito sin permiso, antes de que la eternidad enferme
o muera como una cerda, sin haber implantado su orden mágico, ay, Jessi.
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© fotografía de Lee Jeffries
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