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 Cintia-Dicker

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el bus de las once

Cintia se marcha, tal vez, en el bus de las once, sobre todo porque conviene, con cierta frecuencia, marcharse en el bus de las once –o de cualquier otra hora-. La vida, con sutileza, va ocultándonos los buses de las once cuando aún estamos en el tiempo de marcharnos con cualquiera de ellos: pocos años más tarde, sin encambio, ya no necesita escondernos autobuses ni ferrocarriles ni aviones: han desaparecido para nosotros como posibilidad vital, ya no existen como decisión factible, se han borrado de nuestro planificador.

Cintia está hermosa con su pelo rojo, bastante sauce llorón de volumen y caída; está hermosa adherida al bus como si estuviera atornillada a la chapa; está hermosa con su bolso de cebra porque casi se ve a la cebra vendiéndole a Cintia una solapa.

Cuando uno se marcha en el autobús de las once, que no consiste en irse de viaje, sino en irse de una vida a otra, es frecuente que se vea caer la noche por uno de los grandes ventanales del bus: se encienden los neones de los bares de la carretera, y las luces de los pueblos que se van atravesando, y todo se deja atrás, que es el sentido del bus de las once, y uno se adormece un rato antes del amanecer.

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Narciso de Alfonso

Merodeos 

El bus de las once

 

 

 


 

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