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Mademoiselle Rose
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Mademoiselle parece una mujer dura y fuerte, gruesa de todas las extremidades que lleva puestas y
del cuello sin adornos, curtida por el viento y por el aire, con unos abdominales como tablas, unas tetas
promedio pero peligrosas de puntas penetrantes y unas manos -abiertas bocarriba al destino- con las
que podría sujetar, quizá, una yunta de bueyes en desacuerdo.
Tiene una mirada de pájaro en unos ojos de pájaro y una cabeza que, tal vez por el peinado, parece
romboidal, con la cara formando, desde los pómulos altos y marcados, la mitad inferior de una pastilla
juanola. Para un sencillo merodeador, Mademoiselle Rose no es una mujer hermosa, sino sólo una mujer
más, de cuerpo contrafemenino y con un erotismo difícil, reforzado y sin sensualidad, en la que quizá
se piensa antes cuando uno necesita transportar una buena carga de leña para el invierno que cuando
el instinto sanamente sexual llama a la vez a todas las puertas, ventanas y balcones de la casa.
Tal vez por ella o por alguna mujer de su estilo, se dijo aquello de que el sexo viene a ser una lucha
grecorromana, lo que con Mademoiselle Rose sería una literalidad -de bíceps y tríceps en encuentro-
y cruce quizá orgásmico. Merodeando, uno supone que estará mucho más guapa desnuda que vestida
o que el vestido le sentará siempre como postizo, desajustado o mal cortado, ya que no parece fácil
encontrar una funda que se adapte bien a este cuerpo luchador de luchadora.
Narciso de Alfonso
Merodeos: el desnudo femenino en la pintura
Eugène Delacroix, 1798-1863
Mademoiselle Rose, 1824. Óleo sobre lienzo 81 x 66
Museo del Louvre
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