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Merodeando, uno sigue y persigue a Degas, mujer a mujer, buscándoles las vueltas, tanto al pintor como a sus modelos: en definitiva, fue un grandísimo merodeador, un maestro del merodeo, y quizá por ello nos demoramos, nos entretenemos, insistimos con las mujeres más o menos hermosas que pintó, buscando, sobre todo, su estilo elegante de merodeo, su eficacia, su capacidad de captación.
Después del baño: tenemos ese color ocre, amarillo, mostaza, cereal crudo, con que el pintor pone a esta mujer cerca de sí misma, de su realidad, sencilla en el interior de sus esferas dulces, lenta bajo la luz tibia del sol, tranquila sobre un suelo de confianza.
Lleva el pelo castaño claro recogido, y ella, con una esponja pintada con los mismos colores -pero de distinto color-, parece frotarse el muslo, levantando la pierna como en un paso de baile, mientras sostiene su posición de cigüeña sujetándose con la mano en el sillón –que está pintado con los mismos colores -pero es de distinto color-.
Y la luz, claro, siempre la luz, que a veces se adapta a las formas que ilumina y deja en su superficie un diminuto chapoteo, como si la luz lloviera, y otras veces no puede adaptarse y se queda encima de las formas que ilumina como sobrepuesta, como un entramado blanco o un pedazo de tela, casi material, casi con su propio cuerpo luminoso, que comparte con todas esas materias dulces, con todas esas sustancias extendidas que ilumina, y que vuelve tan sabrosas a las mujeres que Degas pinta y las habitaciones que Degas pinta y la vida que Degas pinta, sobre todo porque las acerca mágicamente a las imprevisibles escenas de los sueños.
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Narciso de Alfonso
Merodeos: el desnudo femenino en la pintura
Edgar Degas – After the bath –c. 1883
Pastel. Colección privada
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