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qué primor
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Qué primor y qué lozanía tiene esta mujer pulcra y con muchas ganas de vivir y con tanta alegría natural.
Toda esa cantidad de carne blanquísima nos teletransporta sin darnos cuenta al cuerpo recién bañado del bebé,
al cuerpo recién lavado del lechón, a la carne que tiene la textura y el volumen de la carne blanca de una nube blanca.
Sin fosfatos de error y sin cicuta, limpia de intenciones, siempre tiene ciertas ganas lindas de almorzar:
entre el aroma de lotos y con la silueta carnosa, va buscando el humo de la cocina y el feliz aperitivo, y después
sale a dar pedacitos de pan a las palomas.
Ella se despierta escolar y fresca en la mañana pajarina: tan suave, tan salida, tan amor. Se desmonta, uno a uno,
de los tres almohadones bonitos; baja del lecho y del sobrelecho; comprueba con los dedos de la mano los límites
de su materia cruda, y después se toca la piel de las sucursales, y finalmente se soba a fondo el alma, que siempre
se le duerme entre los muslos.
Prefiere, con mucho, las soluciones por frotación a las de simple ósmosis, que le parecen sosas, muy sosas y poco
cachondas. A veces se queda un rato quieta y sonriente porque no quiere acordarse de que existe el movimiento,
pero siempre acaba desplazando la tienda de campaña de su ser, hinchada de vientos gruesos, y se desata los veintidós
ombligos –menos uno- y se apaga los neones más bajos, mientras emboca despacio el pasillo de la cocina, por donde
tiene que pasar a desorganizarse las fabiolas, sólo las fabiolas, antes del tremendo aseo.
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Narciso de Alfonso
Merodeos: el desnudo femenino en la pintura
Borís Kustódiev (1878-1927)
Beauty – 1918
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