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Sitzendes_Mädchen_mit_Pferdeschwanz_-_1910

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muchacha sentada

La muchacha está seria y tiene algunas asimetrías,

mira de frente con dos ojos grandes y oscuros,

más bien separados. Su piel es casi del mismo color

que el fondo, sólo un poco más oscura, menos clara:

si no fuese por los negros del pelo moreno y de las

medias cortas, podría pasar desapercibida de la

misma forma mimética que utiliza un camaleón

para comer o para que no se lo coman.

La nariz es una naricita que, además, es corta y está

torcida; la boca es una boquita mona, pintada de sangre

fresca. Sólo se ha puesto colorete en una mejilla y se le

ha ido la mano. Con todo, quizá lo más duro de comprender

o de aceptar es por qué tiene esos antebrazos de estibador,

más gruesos que los brazos, y, sobre todo, por qué tiene

esas garras de rapiña, de distinto tamaño, ennegrecidas

como si se dedicara a escarbar en el estiércol.

Tal vez su cara no está hecha para sonreír, sino para ver

o para mirar; hay rostros que son universales, multifuncionales,

elásticos, y hay otros que están especializados en una sola

función facial, que puede ser más o menos preponderante,

más o menos compartida: el movimiento de los labios al

hablar; la frecuencia y la velocidad del parpadeo; la mirada

propiamente dicha, que tiene muchas subfunciones o,

tristemente, los ojos para llorar.

Con todo lo visto, la muchacha sentada con una cola

de caballo tal vez tendría que respirar hondo y reiniciarse:

volver a llenar con los más dulces algodones de azúcar de

la más tierna infancia la imagen de sí misma y las diversas

identidades dispersas: reunirse de nuevo en un solo cuerpo

concreto, cerrado y sensible, preparado para el placer

que unifica y unifica sin medida.

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Narciso de Alfonso

Merodeos: el desnudo femenino en la pintura


 

 

Egon Schiele (1890-1918)

Sitzendes Mädchen mit Pferdeschwanz 

Muchacha sentada con una cola de caballo – 1910

Bleistift, Aquarell, Gouache auf papier 56.5 X 37.5 cm

Colección privada, Londres

 

 

 

 

 

 


 

 

 

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