Marieta está dormida, o mejor dicho durmiendo. Ese velo que hace de filtro,
impide que pasen las impurezas propias de la vida. Hace que sueñe en color
con ese casco por encima de su cabeza bonita. Lo que como sencillo merodeador,
me hace pensar que no es como nosotros.

 

No tiene cicatrices, ni suturas que muestren que ha perdido algo, por lo que quizá
su vida sea como beber largos tragos de leche vomitando mismidad en una palangana blanca,
que diría acertadamente el poeta.

 

Marieta está viviendo una vida plana dentro del huevo de su juventud, algo que quizá
la vida le ha impuesto para preservarla de este sucio mundo en el que como sabemos,
cualquier movimiento es una cacería.

 

Aunque no tenemos prisa en saber cuál es el color de su verdadero pelo, conviene
que Marieta vaya despertando, para ver la vida sin ese velo, y que su corazón sea puesto a prueba
y así, con el recuerdo de su melena arcoíris, poder hacerse una cabellera real del mismo tono.

 

Quizá sea esa su Ítaca particular. Pero no sabemos si lo conseguirá, puesto que el arcoíris
siempre es el último elemento de la vida, algo que está siempre al final, demasiado lejos,
tras el cielo gris, en ese horizonte difuso que se confunde con el mar mientras cae la tarde.

 

Con todo, le deseamos un viaje largo, lleno de aventura. Y aunque no nos fiemos del salvaje
Poseidón a pesar de su pensamiento elevado, ojalá haya muchas mañanas de verano, sensuales
perfumes, madreperlas y corales, y que al final, cuando esté vieja y somnolienta, cabeceando
junto al fuego, descubra que el amor se paseó por las más altas montañas.

 

 

 

 

 

 

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