Elza-Luijendijk

 

la dulce materia

 

Elza parece estar cómoda y contenta entre tanta materia ruda, en estos lugares últimos de hierro y

cemento armado donde no vive nadie porque aquí sólo se viene a golpear, a fundir, a montar o a desmontar

esas enormes criaturas que se llaman grúas, excavadoras, remolcadores, y que arrancan las montañas, o

cruzan los océanos por la superficie o por el fondo de arena y roca, o aguantan el ultrafuego de la energía

y de los átomos salvajes.

Elza representa, supone, es justamente lo contrario: la dulce esposa tierna y tibia del piloto, del conductor

que se levanta de madrugada y se viste de amianto para controlar el vehículo que atornilla en la roca las

patas de un puente, o que funde la espesa tierra hecha de gruesas láminas planetarias. 

Está hermosa de pedrería sobre seda, de zapatos rojos de tacón, de espléndidas piernas.

Hay un proverbio que dice que para ser vaca sagrada se debe, antes, aprender a ordeñar y quizá sea un

motivo equiparable al del proverbio el que ha traído a Elza a los hangares de metal, a estas naves interminables

hechas con el único propósito de vencer al universo. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Narciso de Alfonso 

merodeos populares: la dulce materia


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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