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la novia del gangster
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Magdalena va de frivolona, de lista, de novia del rico o del gánster, de guapa y de vulgar, de sobrada y antipática.
En su presencia resultona de cuerpo serrano abundan los rojos de las mujeres viles, indiferentes hasta la crueldad,
egocéntricas, que hablan gritando con un lenguaje fonetizado y agresivo.
Aburrida y ociosa, cansada de no hacer nada, se apoya en la puerta para evitar el esfuerzo de estar de pie y finge
saborear, indolente, el placer de una vida privilegiada y caprichosa en la que se cumplen sus deseos.
Como sencillo merodeador, uno cree que Magdalena no es mala gente, después de todo: en cada persona hay algo
humano que en ella se mezcla con un vano aire fundamental y fingido –Garfio busca en vano el secreto de su mano-.
Magdalena sabe bien que la vida no es tan matemáticamente idiota y que la suya, además, es de un tamaño inferior
al natural: quien vive como ella no muere, sólo se termina.
El fetichismo es la creencia de que lo sagrado o lo divino está en las cosas, no en nosotros. Magdalena piensa
cartesianamente en ello algunas veces mientras se pinta de rojo fuego las uñas de los pies. Entre sus candados y sus
bacterias muertas, despótica y despersonalizada, cabalga sobre la cola de un anfibio muerto y respira humo rosado.
Antigua, lenta y colorada, yo aprecio, sin embargo, como sencillo merodeador, sus evidentes imanes negativos y su alto
cutis inmediato, mientras pienso en el descalzo y su cordero.
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Narciso de Alfonso
Merodeos populares: la novia del gangster
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