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qué extrañada
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Alejandra mira desde la ventanita realmente
extrañada, como si no supiera qué pasa o quién hay,
como si no distinguiera bien y quisiera averiguarlo,
ver, entender.
Tal vez habría que decirle, con el poeta: amado
sea el desconocido y su señora; amado sea el prójimo con
sus mangas, cuello y ojos; amadas sean las orejas sánchez.
Bienvenidos, pues, los que vienen y los que se van
y los que se quedan. Alejandra está hermosa con sus muslos
fuertes de cazadora y con las cadenitas que le cuelgan en asa
de la cintura y del cuello.
Está hermosa con la chaqueta de domadora y con la
camisola de encaje. Tal vez su cabeza y su melena estén en
goce espiritual y busque, con esa mirada fija de buscar, el rastro
de la mosca ardiente o las señales de la vida, que tiene tres
potencias.
Extrañada como un esquimal y con las botas hasta las
rodillas, a este lado de la cabeza de dios y de facciones elegantes,
Alejandra se acerca y se acerca al destino que ya tuvo la primera
doncella de Orleans, ay.
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