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Solitude
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Parece que la muchacha sufre sin reservarse nada para más tarde, sufre completamente, como entregada y con plegarias.
Lleva sólo una falda azul, recogida entre las rodillas y apretada en los muslos, enroscándole el alma baja, con la melena de pelo
oscuro hacia adelante, sobre el pecho, trenzada pero suelta.
Merodeando con sencillez, uno se dice que ya las paredes del recinto, entre negras y oscuras, hacen sufrir a cualquiera: duelen de ojos
hacia adentro y retuercen las grandes orejas del corazón. Las sombras le han devorado la espalda entera y el culo trasero y el atrás
de los muslos.
Por la posición y las luces, su cuello parece grueso, dilatado, gordo de congestión, como cuando se hincha de venas azules y tremendas
de mucha rabia, de mucho llanto, de mucho cantar. La muchacha está mal aparcada, con las ruedas delanteras hundidas en el barro y
los retrovisores rotos: esto no se lo pagará el seguro ni aunque lleve un certificado de gran dolor, de muchos males, de triple sufrimiento.
Es como si hubiera dicho: no puedo más, no puedo más, no puedo más. Y se hubiese abandonado. Tiene que apestar a sangre, y a llanto.
Y cómo huele el dolor: invasivo, penetrante, a piel rota o arrastrada que exuda o supura sustancias dulzonas, muertas.
Espeluznante: puede brotarle la conciencia como una idea fija y llena de nada, o abierta y áspera como una hectárea yerma.
¿Nos quedaremos en difunto viendo a esta mujer, preguntando por el precio de la nieve, como si nos sobraran literalmente patatas y pescado
de la cena de ayer? ¿Nos quedaremos pensando, pensando, como queriendo pensar?
Narciso de Alfonso
Merodeos: el desnudo femenino en la pintura
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Jean Jacques Henner (1829-1905)– Solitude
óleo sobre tela de 91.5 X 66 cm
Colección privada; ubicación actual desconocida
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