el-callejón

el callejón sideral

Viendo este callejón sin plumas que es como un larguísimo vagón de ferrocarril pero sin

vagón ni ferrocarril, tenemos que admitir que cada uno vive en el universo que es capaz de

imaginar y que, más o menos, comprendemos la nada de todas las cosas.

Por lo demás, se trata de una parcela barata del cosmos: aunque esté asegurada la lluvia ácida

y, al anochecer, corran los vientos siderales, no parece un terreno apto para sembrar cereales

ni hortalizas pero, ¿quién no apostaría por el sabor de su propia carne?

Este callejón feo viene desde fuera del alma, desde fuera del reloj, y habla solo, como un

condenado a muerte. Sin huesos, sin sonidos generales, es un asunto largo que se ha desprendido

del ocaso, mecánico y anónimo.

No tiene caballos y no alcanza el horizonte: está en el revés del universo, allí donde la gravedad

se invierte y las piedras caen hacia el cielo, muy estorbadas. En suma: este callejón sin salida es un

desastre, un contradiós, lleno de aristas y rincones y baúles cerrados.

Para hacerle más publicidad negativa, podemos decir que está en la sombra, pero no en la sombra

del sol, sino en cualquier otra; sin colores, siempre secándose despacio como un charco al viento, a la

intemperie, sin salmones. Callado por dentro, como sordo o arrodillado o perdiendo algo, con las

puertas cerradas, sin calefacción ni colchones.

En pocas palabras: como si le hubiéramos lavado la cabeza a un burro.

Fotografía de Lee Jeffries, Untitled


 

 

 

 

 

 

 

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