el_jubilata 

el jubilata

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Y es que son tantas las vidas llenas de asuntos sin atractivo, de anécdotas recalentadas, de existencias

sin riesgo que se reducen a pasar el tiempo. Son tantas las vidas deliberadamente malgastadas entre

tantas vidas deliberadamente malgastadas. Un asunto apresurado que no han tenido tiempo de hacer

a su medida, un desequilibrio de columpio descompuesto, vidas en pretérito imperfecto, que todo lo que

hacen nos parece prefabricado, un desperdicio, una inercia hacia la indignidad, un desmoronamiento

sin orillas.

El fotógrafo nos ha puesto en su ventana indiscreta a un jubilata que tal vez se ha hecho ya una sucursal

en el banco en el que está sentado, junto a un contenedor de basura, quizá dando vueltas al asunto de que,

si se lo trata bien, el cuerpo puede durar toda la vida.

Se dice, tal vez, a sí mismo, al oído pequeño –o interior- que tenemos para escucharnos, que si pudiera

marcharse ahora y volver hace diez o quince años, haría las cosas de forma muy diferente, pero se lo dice

sin mucha convicción, sin creérselo cabalmente, quizá porque sabe lo dura que puede ser la vida -vivida o

no vivida, es igual-.

No sabemos si le ha dado tiempo –y ha tenido ganas- de madurar, que, a diferencia de la vejez, que es

inevitable, es un asunto más o menos opcional: se puede llegar a viejísimo y ser completamente inmaduro,

naturalmente, y no vamos a señalar a nadie –por esta vez.

No sabemos si el jubilata es de esas personas que creen que la verdadera vida era la vida que no han podido

llevar; si es de esas personas que piensan que, en el juego de azar de la vida, solamente algunos saben lo

que está de verdad pasando.

Da vueltas a todos esos dolores que antes de jubilarse no tenía, y después se consuela repitiéndose lo que

le dice su hija Loli: ‘mira, papá, después de los setenta, si te despiertas sin dolores es que estás muerto’.

Y, con una debilidad de autocompasión, se engaña diciéndose que estaría mejor muerto, aunque sólo fuera

para no tener más dolores.

El final de las cosas –incluyendo el de la vida-, es casi siempre muy irreal. Con más o menos razón, suele

decirse que lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho

de nosotros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Narciso de Alfonso

© Fotografía de Servando Gotor Sangil

Merodeos urbanos y suburbanos


 

 

 

 

 

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