El reino del amor

el reino del amor

 

‘Hermoso es el reino del amor, pero triste es también’ –dijo el poeta con un tópico. Y el fotógrafo

nos ha puesto una ventana fija en este rincón del reino del amor que, en efecto, es hermoso y

también triste o, por lo menos, entrañable.

Se oye un rumor de girasoles y hélices mientras el viejo anciano anquilosado, que no puede doblar

el cuerpo ni levantar la cabeza, da de comer a un cisne blanco, con una simetría de esfuerzo

y longitud entre el brazo del anciano y el cuello del cisne, cómplices en esta aventura de amor tirano.

Uno tiene las orejas de pergamino y cartílago, ya rígidas y grandes, tal vez sordas de oído;

el animal, que oye bien, está desorejado.

El cisne es una nube joven, el anciano es un viejo fenómeno del clima o del cielo: a veces, necesitamos

creer que algo extraordinario es posible. Ellos conectan con una extraña sabiduría muy anterior al

uso de la inteligencia.

En este rincón del reino del amor se puede ver la maduración del tiempo de la vida y los improvisados

escenarios de los sueños, y quizá todo pasa menos en el tiempo y más en la eternidad, como un regadío

sin pasión, y se van dejando atrás y afuera todos los asuntos de la gente y de la calle y del mundo, se

van abandonando ya para siempre, pero con dificultad, con dificultad: no es un asunto de rosas abriéndose

en el aire sino de rosas abriéndose en el agua.

Se dice que el mejor camino para el amor aventurero y aventurado, como el del viejo anciano y el cisne

blanco, es siempre a través y sin cogerse de la mano: el amor no necesita que la hierba esté seca para

arrancarse por fuera ya en la primera curva de la pista. También se dice que en el amor han de ser más

atrevidos los gestos que las palabras, porque los gestos asustan menos: tácitamente, los dos están muy

de acuerdo con esta observación, tal vez más el anciano que el cisne.

Y cada cosa con su órgano bueno y con su cola y con su huevo negro.

¿Quién no hablaría de amor un jueves cualquiera, bajo la luna blanca?

 

 

 

 

 

 

 

Narciso de Alfonso

© Fotografía de Servando Gotor Sangil

Merodeos: urbanos y suburbanos


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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