es el primer poema de houellebecq que leí, cuando entonces,
y pensé que el francés prometía. No sé si ha cumplido su promesa,
quizá es demasiado desordenado ( ) para pedirle ciertas cosas. 
Pero este poema sigue prometiendo en nombre de houellebecq,
sin duda.

 

 

michel houellebecq

 

  renacimiento

 

 

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parís-dourdan

 

 

En Dourdan, la gente revienta como ratas.
Eso es al menos lo que sostiene Didier,
un secretario a mi servicio.
Por soñar un poco, me había comprado los horarios
de la línea C de cercanías. Me imaginaba una casa,
un bull-terrier y petunias. Pero el cuadro que él
me pintó de la vida en Dourdan era todo menos idílico:
por la noche se vuelve a las ocho, no hay ni una tienda
abierta; nadie viene jamás a hacerte una visita;
los fines de semana, te arrastras estúpidamente
entre el congelador y el garaje. Así pues, un verdadero
alegato anti-Dourdan que él resume con esta fórmula
sin matices: «En Dourdan, reventarás como una rata».

 

Sin embargo le he hablado de Dourdan a Sylvie,
aunque con palabras veladas y en un tono irónico.
Esta chica, decía para mí aquella tarde mientras
iba y venía, cigarrillo en mano, entre la máquina
de café y la de refrescos, es sin lugar a dudas
del tipo de las que desean vivir en Dourdan;
si hay alguna chica que conozca que puede tener
ganas de vivir en Dourdan, es ella; tiene toda la pinta
de ser una pro dourdanesa.

 

Naturalmente, esto no es más que el esbozo
de un primer movimiento, de un tropismo lento
que me lleva hacia Dourdan y que tardará tal vez
años en llegar a término, o que hasta puede
que no llegue a nada, que sea contrarrestado
y aniquilado por el flujo de las cosas, por el
atropello permanente de las circunstancias.
Puede suponerse sin gran riesgo de error que
no llegaré jamás a Dourdan; no hay duda incluso
de que estaría destrozado sin haber pasado
de Brétigny. De todos modos, cada hombre
tiene necesidad de un proyecto, un horizonte y
un anclaje. Simplemente, simplemente para
sobrevivir. [/ezcol_1half] [ezcol_1half_end]   

 

paris-dourdan

 

 

À Dourdan, les gens crèvent comme des rats.
C’est du moins ce que prétend Didier, un secrétaire de mon service.
Pour rêver un peu, je m’étais acheté les horaires du RER — ligne C.
J’imaginais une maison, un bull-terrier et des pétunias.
Mais le tableau qu’il me traça de la vie à Dourdan était nettement
moins idyllique: on rentre le soir à huit heures, il n’y a pas un
magasin ouvert; personne ne vient vous rendre visite, jamais;
le week-end, on traîne bêtement entre son congélateur et son garage.
C’est donc un véritable réquisitoire anti-Dourdan qu’ill conclut par cette
formule sans nuance:
«À Dourdan, tu crèveras comme un rat.»

 

Pourtant j’ai parlé de Dourdan à Sylvie, quoique à mots couverts
et sur un ton ironique. Cette fille, me disais-je dans l’après-midi
en faisant les cent pas, une cigarette à la main, entre le distributeur
de café et le distributeur de boissons gazeuses, est tout à fait le genre
à désirer habiter Dourdan; s’il y a une fille que je connaisse qui puisse
avoir envie d’habiter Dourdan, c’est bien elle; elle a tout à fait la tête
d’une pro-dourdannaise.

 

Naturellement ce n’est là que l’esquisse d’un premier mouvement,
d’un tropisme lent qui me porte vers Dourdan et qui mettra peut-être
des années à aboutir, probablement même qui n’aboutira pas, qui
sera contrecarré et anéanti par le flux des choses, par l’écrasement
permanent des circonstances. On peut supposer sans grand risque
d’erreur que je n’atteindrai jamais Dourdan; sans doute même serai-je
brisé avant d’avoir dépassé Brétigny. Il n’empêche, chaque homme
a besoin d’un projet, d’un horizon et d’un ancrage. Simplement,
simplement pour survivre.[/ezcol_1half_end]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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