opinión: el problema del yo
es como una anestesia o tal vez como ver unos ciervos a lo lejos, sabiendo que
cada uno de los ciervos y todos ellos, junto al paisaje donde están, y el clima
de la escena, todo ese conjunto soy yo, aunque pueda parecer extraño o inexplicable.
Debe comprenderse con precisión: no se trata de que yo esté aquí y, además, vea
a lo lejos unos ciervos que también sean yo, como si los ciervos fueran una extensión mía
o algo parecido. Yo soy solamente los ciervos a lo lejos, de manera que no hay un algo
más próximo que esté viendo a los ciervos. Sólo hay ciervos a lo lejos, ya está, y esos
ciervos, cada uno y todos, en un paisaje, con un clima, son yo, soy yo.
No hay ningún yo que esté dentro de mí, no hay alguien detrás de los ojos o de la
mirada que vea a los ciervos a lo lejos. El asunto se comprende si uno mismo se expulsa
o se empuja hacia afuera pero, a la vez, es arrastrado con el empujón, de manera que no
queda ningún dentro, sino que todo, incluyendo a uno mismo, es exterior, está afuera,
porque es los ciervos en un paisaje con un clima.
Aunque en los primeros instantes pueda sentirse un extrañamiento o un titubeo,
enseguida se acepta que esta manera o modalidad del yo es más adecuada que la
habitual, tiene una mayor congruencia, es más real y más verdadera que la modalidad
cotidiana del yo, que siempre está, tristemente, incluida en uno mismo, como si uno
mismo fuese la localización preferida del yo.
Tampoco se produce una transmigración ni un teletransporte del yo o de uno mismo
hacia los ciervos a lo lejos. Hay que repetirlo: sólo hay ciervos a lo lejos, de manera que
la pregunta: ¿cómo me he transportado hasta esos ciervos a lo lejos? es, sin más,
improcedente, porque no se tiene, no se dispone de una instancia previa que se desplace
o se transporte, sino que todo empieza allí, a lo lejos, donde están los ciervos.
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