Mientras otros se quedan dormidos en el sofá y se despiertan a deshora,
sobresaltados y con un power ranger clavado en el culo, Gino mantiene tensas
las riendas de la vida, y así seguirá hasta que la sonrisa perfecta lo alcance.
Sumatra no lo quiere, no puede ni verlo, no lo soporta, «eres un cretino,
un indeseable, un loro de cristal», le dice cuando se lo encuentra por el pasillo
o en la cocina o va en su busca sólo para insultarlo.
Se dice que un buen hombre es siempre un principiante, pero Gino no
es, propiamente hablando, un buen hombre, y mucho menos un principiante.
Se defiende como puede de Sumatra, que es una mala pécora, y le dice: «que
sepas que asumo con éxito mi inmensidad llorada».
A Sumatra le entra la risa floja al escuchar esa expresión, y carga contra
Gino: «cursi, que eres un pan frío, más soso que un melón de invierno». Gino no
titubea porque no necesita poner en orden sus prioridades.
Lo cierto es que Gino quería a Java, la gemela pura de Sumatra, pero Java
se fugó con Denys Finch Hatton, el chófer de los Rothschild, un napolitano que le
cantaba «Buona sera signorina» a todas horas, así que Gino, esperando que Java
regresara cualquier día, harta de tanta buona sera, dirigió sus pretensiones a
Sumatra, que se casó con él solamente para torturarlo: «berrendo, orbegozo,
dominguillo», le dice y repite sin piedad.
Con todo, se dice que, periódicamente, las gemelas cambian su vida, cada
una ocupa el lugar de la otra sin que nadie lo sepa ni lo note ni se dé cuenta, de
manera que tal vez Gino haya vivido más tiempo con Java que con Sumatra; la
vida tiene estas cosas: a veces, uno se pregunta para qué tanta vida y se condena
a muerte; o se pregunta cuándo y cuándo, como si fuera dos, como si sacudiera
su persona en otra persona, como si necesitara unos lápices de colores que nadie
le regala todavía.
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