sucios estudios de la naturaleza humana

 

 

uno no entiende realmente la naturaleza humana

a menos que sepa por qué un niño

en un tiovivo saluda a sus padres en cada vuelta

y por qué sus padres siempre le responden

b. durrental

 

 

la monotonía de las vidas vulgares es aparentemente pavorosa

j, f. kennedy

todo el mundo desea ser feliz, pero no que lo sea todo el mundo

                                                                            barton l. palomino

 

 

 

Debe tener una respuesta que incluya una angustia o una seria necesidad, ya que, en otro caso, tenemos

que declarar estúpidos tanto a los padres como al niño.

En la vuelta de 360º el niño deja de ver a papi y a mami. Entonces ¿carece por completo de memoria visual,

como ese tópico de la memoria del pez?

 

Añadamos otra observación pertinente: para este sucio estudio nos apostamos al pie de un tiovivo en las fiestas

mayores de Botorrita.

 

Ciertamente algunos niños saludaban a sus papas como si no los hubieran visto en una semana.

Pero otros niños, no saludaban sino que más bien estaban dedicados a investigar el trasto en el que iban subidos:

la bola de colores que gira, un caballito soso, una cacerola que también gira, un columpio, en fin.

 

Aún había otros niños que rompían a llorar, aunque estuvieran allí sus padres, y permanecían inconsolables

hasta que el tiovivo paraba y mamá los abrazaba con culpa y pasión.

 

Diría que todos hemos pasado por la experiencia del tiovivo, quizá incluso por sus tres variantes, aunque sólo

recordemos alguna de ellas. Pero no es cierto. Mi propia infancia fue como las que describe Baudelaire en los

poemas en prosa: yo miraba con ojos como platos la diversión de los niños ricos porque mi madre, una hermosa

y altiva viuda, no tenía los dos centavos que costaba el billete de feria, y yo tenía que encontrar mis juguetes entre

los animales que la generosa naturaleza me proporcionaba.

 

Sea como fuere: ¿por qué? Llanto sin consuelo, saludo con la mano en cada vuelta, indiferencia hacia los papás

e interés por desmontar el cochecito.

 

Y los papases, ¿cómo saben a cuál de los grupos pertenecerá su hijo?

¿se arriesgan sin saberlo, apostando con crueldad?

 

Mmmmmmm

 

¿Qué sabe el niño o la niña que se aburre de dar vueltas y sólo desea descubrir un uso nuevo a trenecito con una

campana insoportable?

 

Oh, por supuesto que daremos la única respuesta aceptable a esta oscura y múltiple reacción de los niños,

signo de la variedad de la naturaleza humana ya en la tierna infancia del tiovivo.

 

Se trata de la angustia de separación, una rosa de pitiminí es el premio para el que conociera la respuesta.

El niño inconsolable es poseído por tal angustia, ya que basta con dejar de ver a la madre un instante para que

el cándido niño cre que ha desaparecido por completo y para siempre.

Es una reacción que se ve con relativa frecuencia en los supermercados, cuando la madre, en busca del paté

de olivas negras, cambia de estantería y olvida al niño a su suerte, que rompe a llorar como si le estuvieran

arrancando el alma —y, en efecto, se la están arrancando—.

 

 

El niño que saluda a cada vuelta está superando la angustia de separación, que le permite aguantar el tiempo

de una vuelta del tiovivo. Y sus padres no es que sean estúpidos [o solamente estúpidos], ya que si no le dan

muestras de reconocerlo, es decir, si lo ignoran, o miran a otra parte cuando el niño pasa saludando, ya no podría

contener más tiempo la angustia y rompería a llorar como el primer niño.

 

El último ya ha superado por completo la angustia: ya ha incorporado a sus padres, los lleva dentro y no los

necesita con urgencia: puede ya enfrentarse solo al mundo. Por eso da rienda suelta a la curiosidad o a la

destructividad o a cualquier otro impulso que le haga llevadero ese dar vueltas sin sentido en el tiovivo.

Sus papases lo están infantilizando, este niño necesita ya una diversión más adulta ( ).

 

 

 

 

 

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