parejas perfectas: qué dulce agonía
Agonía sale a la calle marcando el paso, presta y delicada, deliciosa.
Allí por donde pasa Agonía siempre hay un denso alrededor de hombres.
Entre los anónimos habitantes del mundo universo, el amor pasa por donde
quiere y cuando quiere, veloz o lentamente, manso o arrebatado, constante
o fugaz, leve o contundente, peligroso o inocuo. Son las cosas del amor: a veces
es soso y aburrido, pero otras veces puede ser un escalofrío de muerte, un vendaval de
sangre.
Agonía sabe que los hombres son tristes, tosen y, sin embargo, se complacen
en su pecho colorado; sabe que son mamíferos lóbregos y se peinan. Con todo, espera
que alguno de ellos, cualquiera, cualquiera, da igual, le proporcione las sensaciones
que ella busca y necesita: sufrir, odiar, emocionarse.
Ay, Jordan la mira mira, Jordan la está mirando.
Los grandes pendientes de plata de Agonía tintinean y Jordan responde en
tres tiempos, después de dejar su sitio en la sombra: se arranca al paso para alcanzarla
sin colisiones, apura la esquina sin derrapar y se arrima a ella en limpio.
Jordan la invita a un agua de Vichy muy fría en el Iguazú, y allí mismo, sin
acumularse, comienzan un mutuo besamanos, tal vez para tomarse la temperatura
y la suavidad de la piel. Ya más de acuerdo, salen a pasear, muy felices. Dando
un breve rodeo para que todos los vean juntos y acariciados, vuelven despacio
a casa de Agonía.
Lo demás es historia.
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