Liz y Rainer

 

Sí, a veces la vida nos quita lo que más queremos, nos da lo que más odiamos, se adelanta o se atrasa

a nuestros deseos, nos muestra el cielo y luego no nos deja entrar en él. Otras veces, en cambio, la vida

va a su aire, nos quita o nos da desordenadamente, sin atender ni respetar nuestros deseos, nos mete

en el cielo queramos o no, nos echa del cielo sin aviso, hala, hasta otra.

– No hables, cielo, el médico ha dicho que no conviene que te fatigues.

– Pero si me estoy muriendo, Rainer, ¿qué más me da morirme cansada que descansada?

– No digas eso, Liz, ni lo pienses. Te daría un buen beso, pero con tanto tubo no puedo ni cogerte la mano.

– Rainer, ¿te acuerdas cuando, recién casados, tuviste que irte unos días a Topeka, por negocios?

– Claro, Liz, lo que me costó separarme de ti.

– Bueno, pues tuve una hermosa y ardiente aventura con el tipo de la inmobiliaria, Vicham se llamaba, sí,

Orson Vicham. Por eso nos regalaron el párkin.

– No recuerdes eso ahora, Liz, te perdono todo, todo. No te sientas culpable. Tenemos tanto que perdonarnos

el uno al otro, no te tortures ahora, Liz.

– Y aquel verano en Sarasota, con mi hermana, ¿recuerdas? Allí conocí al hombre al que más he amado,

con el que debería haberme casado, sí, Ter Medows fue, es el hombre de mi vida. Que sepas que si volviera

a vivir no me casaría contigo, ni mucho menos, sino con Ter Medows, sin dudarlo ni un momento. El día de

nuestra despedida organizó una fiesta en la playa para mí, más de cuatrocientos invitados, hasta con fuegos

artificiales. El bueno de Ter.

– Pero Liz… ¿te encuentras bien?

-De maravilla, Rainer, mejor que nunca… Otro hombre con el que también viviría toda la eternidad es con Nicola

Purino, lo conocí en Atlantic City. Dios mío, aquel sí que era un hombre, cómo nos amamos, Rainer. Cinco días

sin salir de la habitación del hotel, Nicola pedía todo por teléfono… modistas, joyeros, hasta un cuarteto de cámara

que interpretó a Mozart toda la noche, hasta el amanecer. Ay, Nicola.

– Liz, deberías volver al hospital, debes descansar…

– Y Burt Pews, de Salt Lake City…

– Vamos, Liz, te quiero, que sepas que te quiero, pero vamos, vamos al hospital.

Sí, a veces la vida es una pregunta, una larga pregunta, una pregunta continua que no cesa más que con la muerte.

Otras veces, en cambio, la vida es toda respuesta, una agradable o fea respuesta, una respuesta coherente o

absurda, una respuesta amorosa o cruel. A veces, la vida es una mezcla de preguntas y respuestas sin ton

ni son, de respuestas a preguntas que nadie ha hecho, que a nadie interesan; o de preguntas que nadie,

nadie sabe responder, que nadie sabrá nunca responder.

 

 

 

 

 

 

Narciso de Alfonso

Parejas vivas: Liz y Rainer


 

 

 

 

 

 

 

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