paul muldoon
quoof 1983
poems 1968-1998
In memory of my father
[ezcol_1half]
the mirror
I
He was no longer my father
but I was still his son;
I would get to grips with that cold paradox,
the remote figure in his Sunday best
who was buried the next day.
A great day for tears, snifters of sherry,
whiskey, beef sandwiches, tea.
An old mate of his was recounting
their day excursion
to Youghal in the Thirties,
how he was his first partner
on the Cork/Skibbereen route
in the late Forties.
There was a splay of Mass cards
on the sitting-room mantelpiece
which formed a crescent round a glass vase,
his retirement present from C.I.E.
II
I didn’t realize till two days later
it was the mirror took his breath away.
The monstrous old Victorian mirror
with the ornate gilt frame
we had found in the three-storey house
when we moved in from the country.
I was afraid that it would sneak
down from the wall and swallow me up
in one gulp in the middle of the night.
While he was decorating the bedroom
he had taken down the mirror
without asking for help;
soon he turned the colour of terracotta
and his heart broke that night.
III
There was nothing for it
but to set about finishing the job,
papering over the cracks,
painting the high window,
stripping the door, like the door of a crypt.
When I took hold of the mirror
I had a fright. I imagined him breathing through it.
I heard him say in a reassuring whisper:
I’ll give you a hand, here.
And we lifted the mirror back in position
above the fireplace,
my father holding it steady
while I drove home
the two nails.
—from the Irish of Michael Davitt[/ezcol_1half] [ezcol_1half_end]
el espejo
I
Él ya no era mi padre
pero yo aún era su hijo;
me entendía con esa fría paradoja,
en su traje de domingo la remota figura
que enterramos al día siguiente.
Un gran día para lágrimas, copas de jerez,
whiskey, sándwiches de ternera, té.
Un viejo amigo suyo contaba de nuevo
su excursión
a Youghal en los treintas,
él había sido su primer compañero
en la ruta Cork/Skibbereen
ya después en los cuarentas.
Había un manojo de misales
Sobre el mantel de la sala de estar
que formaba una media luna alrededor de un florero,
su regalo de retiro de C. I. E.
II
No me percaté hasta dos días después
que fue el espejo quien le robó el aliento.
El viejo, monstruoso y veneciano espejo
con el marco ornamentado en oro
los encontramos en la casa de tres pisos
cuando nos venimos del campo.
Tenía miedo de que descendiera
del muro y me tragara
de un solo golpe a media noche.
Mientras decoraba la recámara
había bajado el espejo
sin pedir ayuda alguna;
pronto se volvió color terracota
y su corazón se quebró aquella noche.
III
No había nada por hacer
salvo terminar con el trabajo,
empapelar las grietas,
pintar la alta ventana,
lijar la puerta, como la puerta de una cripta.
Cuando sostuve el espejo
tuve miedo. Me lo imaginé respirando a través de él.
Lo escuché decirme en un tranquilizador murmullo:
Te daré una mano, aquí.
Y pusimos de nuevo el espejo en su lugar
arriba de la chimenea,
mi padre sosteniéndolo firmemente
mientras yo ponía en su lugar
los dos clavos.[/ezcol_1half_end]
•
0 comentarios