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perdidos

 

 

La muchacha de ojos azules perdida en el lenguaje, preguntó, de manera afirmativa, si sus ojos eran grises, en un intento de adaptación al idioma subjetivo, como único marco de referencia comunicacional.

Aunque quizá tuviese razón, dudé en reforzarla a su convencimiento, dejándola al margen del mundo en un intento de existir al otro lado del suyo y quedé mudo ante tal cuestión.

En otra ocasión, jugando a las cartas con otra, lancé el as de espadas con brío hacia ella, girándolo inmediatamente en mi dirección.

Aprendes rápido, me dijo. Para ella las cartas significaban otra cosa y algo más.

Mientras, el hombre con inflamación en la humildad por alguna razón desconocida, se negaba a hacer figuras de barro como terapia, repitiendo que sólo estaba dispuesto a hacer moldes, pues no se veía digno de semejante arranque de originalidad.

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Ángel Ferrer


 

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