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Hay amarguras íntimas que no sabemos distinguir, por lo que contienen de sutil e infiltrado, si son del alma
o del cuerpo, si son el malestar de estar sintiendo la futilidad de la vida, o si son la mala disposición que procede de
algún abismo orgánico: estómago, hígado o cerebro. ¡Cuántas veces se me nubla la conciencia vulgar de mí mismo,
con un sedimento torvo de estancamiento inquieto! Cuántas veces me duele existir, con una náusea hasta tal punto
confusa que no se distinguir si es tedio o si es el anuncio de un vómito! Cuantas veces…
Mi alma está triste hoy, triste hasta el cuerpo. Todo yo me duelo, memoria, ojos y brazos. Hay una especie de
reumatismo en todo cuanto soy. No influye en mi ser la claridad límpida del día, cielo de un gran azul puro, marea alta
parada de luz difusa. No me ablanda nada el leve soplo fresco, otoñal como si el estío no olvidase, con que el aire tiene
personalidad. Nada es nada para mí.
Estoy triste, pero no con una tristeza definida, ni siquiera con una tristeza indefinida. Estoy triste allí fuera, en
la calle sembrada de cajones. Estas expresiones no traducen exactamente lo que siento porque sin duda nada puede
traducir exactamente lo que alguien siente. Pero de algún modo trato de dar la impresión de lo que siento, mezcla de
varias especies de yo y de calle ajena, que, por lo que veo, también, de un modo íntimo que no sé analizar, me
pertenece, forma parte de mí.
Quisiera vivir distinto en países distantes. Quisiera morir otro entre banderas desconocidas. Quisiera ser
aclamado emperador en otras eras, mejores hoy porque no son de hoy, vistas en vislumbre y colorido, inéditas a esfinges.
Quisiera todo cuanto puede tornar ridículo lo que soy, y porque torna ridículo lo que soy. Quisiera, quisiera…
Pero hay siempre sol cuando el sol brilla y noche cuando la noche llega. Hay siempre la amargura cuando la
amargura nos duele y el sueño cuando el sueño nos arrulla. Hay siempre lo que hay, y nunca lo que debería haber, no
por ser mejor o por ser peor, sino por ser otro. Hay siempre…
Por la calle llena de cajones van los cargadores limpiando la calle. Uno a uno, con risas y dicharachos, van
poniendo los cajones en los carros. Desde lo alto de mi ventana de la oficina, yo los voy viendo, con ojos lentos en los
que los párpados están durmiendo. Y algo sutil, incomprensible, ata lo que siento a los cargamentos que estoy viendo
hacer, una sensación desconocida hace un cajón de todo este tedio mío, o angustia, o náusea, y lo sube, a hombros
de quien bromea en voz alta, a un carro que no está aquí. Y la luz del día, serena como siempre, luz oblicuamente,
porque la calle es estrecha, sobre donde están levantando los cajones —no sobre los cajones, que están a la sombra,
sino sobre la esquina, allá al final, donde los cargadores están haciendo no hacer nada, indeterminadamente.
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2-11-1933
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Há mágoas íntimas que não sabemos distinguir por o que contêm de sutil e de infiltrado, se são da alma
ou do corpo, se são o mal-estar de se estar sentindo a futilidade da vida, se são a má disposição que vem de
qualquer abismo orgânico — estômago, fígado ou cérebro. Quantas vêzes se me tolda a consciência vulgar de mim
mesmo, num sedimento torvo de estagnação inquieta! Quantas vezes me dói existir, numa náusea a tal ponto incerta
que não sei distinguir se é um tédio, se um prenúncio de vômito! Quantas vezes…
Minha alma está hoje triste até ao corpo. Todo eu me dôo, memória, olhos e braços. Há como que um
reumatismo em tudo quanto sou. Não me influi no ser a clareza límpida do dia, céu de grande azul puro, maré alta
parada de luz difusa. Não me abranda nada o leve sopro fresco, ou tonai como se o estilo não esquecesse, com
que o ar tem personalidade. Nada me é nada.
Estou triste, mas não com uma tristeza definida, nem sequer com uma tristeza indefinida. Estou triste ali fora,
na rua juncada de caixotes. Estas expressões não traduzem exatamente o que sinto porque sem dúvida nada pode
traduzir exatamente o que alguém sente. Mas de algum modo tento dar a impressão do que sinto, mistura de várias
espécies de eu e da rua alheia, que, porque a vejo, também, de um modo íntimo que não sei analisar, me pertence,
faz parte de mim.
Quisera viver diverso em países distantes. Quisera morrer outro entre bandeiras desconhecidas. Quisera
ser aclamado imperador em outras eras, melhores hoje porque não são de hoje, vistas em vislumbre e colorido,
inéditas a esfinges. Quisera tudo quanto pode tornar ridículo o que sou, e porque torna ridículo o que sou. Quisera,
quisera…
Mas há sempre o sol quando o sol brilha e a noite quando a noite chega. Há sempre a mágoa quando
a mágoa nos dói e o sonho quando o sonho nos embala. Há sempre o que há, e nunca o que deveria haver, não
por ser melhor ou por ser pior, mas por ser outro. Há sempre… Na rua cheia de caixotes vão os carregadores
limpando a rua. Um a um, com risos e ditos, vão pondo os caixotes nas carroças. Do alto da minha janela do
escritório eu os vou vendo, com olhos tardos em que as pálpebras estão dormindo. E qualquer coisa de sutil,
de incompreensível, liga o que sinto aos fretes que estou vendo fazer, qualquer sensação desconhecida faz
caixote de todo este meu tédio, ou angústia, ou náusea, e o ergue, em ombros de quem chalaceia alto, para uma
carroça que não está aqui.
E a luz do dia, serena como sempre, luz obliquamente, porque a rua é estreita, sobre onde estão erguendo
os caixotes — não sobre os caixotes, que estão na sombra, mas sobre o ângulo lá ao fim onde os moços de fretes
estão a fazer não fazer nada, indeterminadamente.
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Fernando Pessoa
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Del español:
Libro del desasosiego 163
Título original: Livro do Desassossego
© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984
© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997
Segunda edición
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Del portugués:
Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares
© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises
© Editora Brasiliense
2ª edición
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Cuando leo a este hombre me inquieta pensar que nada en su apariencia ni trato hacía suponer todo lo que llevaba dentro.
Ni su mirada ni su voz, nada.
Esta vez despoja a la realidad de todas nuestras expectativas, y miradas.
Vlad
Y la realidad era esa: Pessoa fue un grandioso escritor. Ese tipo gris, tirando a sombra. Y nadie lo sabía.