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Nada me pesa tanto en el disgusto como las palabras sociales de moral. Ya la
palabra «deber» me resulta tan desagradable como un intruso. Pero el que
tengamos un «deber cívico», «solidaridad», «humanitarismo», y otros de la misma
estirpe, me repugnan [sic] como porquerías que me arrojasen desde las ventanas.
Me siento ofendido por la suposición, que alguien pueda hacer por ventura, de que
esas expresiones tengan algo que ver conmigo, de que les encuentre, no sólo un
valor, sino siquiera un sentido.
He visto hace poco, en el escaparate de una tienda de juguetes, unas cosas
que me han recordado exactamente lo que son estas expresiones. He visto, en
unos platos fingidos, unos manjares fingidos para mesas de muñecas. Al hombre tal
como es, sensual, egoísta, vanidoso, amigo de los demás porque posee el don del
habla, enemigo de los demás porque posee el don de la vida, a ese hombre ¿qué
hay que ofrecerle con que juegue a las muñecas con palabras vacías de sonido y de
entonación?
El gobierno se asienta en dos cosas: refrenar y engañar. El mal de esos
términos cubiertos de lentejuelas es que no refrenan ni engañan. Emborrachan,
cuando mucho, y eso es otra cosa.
Si a algo odio, es a un reformador. Un reformador es un hombre que ve los
males superficiales del mundo y se propone curarlos agravando los fundamentales.
El médico trata de adaptar el cuerpo enfermo al cuerpo sano; pero nosotros no
sabemos lo que está sano o enfermo en la vida social.
No puedo considerar a la humanidad sino como una de las últimas escuelas de
la pintura decorativa de la naturaleza. No distingo, fundamentalmente, un hombre
de un árbol; y, desde luego, prefiero al que sea más decorativo, al que más
interese a mis ojos pensantes. Si el árbol me interesa más, me pesa más que
corten el árbol que el que muera el hombre. Hay idas del ocaso que me duelen más
que muertes de niños. En todo soy el que no siente, para sentir.
Casi me culpo de estar escribiendo estas medias reflexiones a esta hora en
que de los confines de la tarde sube, coloreándose, una brisa ligera. Coloreándose
no, que no es ella la que se colorea, sino el aire en el que boga insegura; pero,
como me parece que es ella misma la que se colorea, es eso lo que digo, pues por
fuerza he de decir lo que me parece, visto que soy yo.
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Nada me pesa tanto no desgosto como as palavras sociais de moral. Já a
palavra «dever» é para mim desagradável como um intruso. Mas os termos «dever
cívico», «solidariedade», «humanitarismo», e outros da mesma estirpe, repugnam-me
como porcarias que despejassem sobre mim de janelas. Sinto-me ofendido com a
suposição, que alguém porventura faça, de que essas expressões têm que ver
comigo, de que lhes encontro, não só uma valia, mas sequer um sentido.
Vi há pouco, em uma montra de loja de brinquedos, umas coisas que
exactamente me lembraram o que essas expressões são. Vi, em pratos fingidos,
manjares fingidos para mesas de bonecas. Ao homem que existe, sensual, egoísta,
vaidoso, amigo dos outros porque tem o dom da fala, inimigo dos outros porque tem
o dom da vida, a esse homem que há que oferecer com que brinque às bonecas
com palavras vazias de som e tom?
O governo assenta em duas coisas: refrear e enganar. O mal desses termos
lantejoulados é que nem refreiam nem enganam. Embebedam, quando muito, e isso
é outra coisa.
Se alguma coisa odeio, é um reformador. Um reformador é um homem que vê
os males superficiais do mundo e se propõe curá-los agravando os fundamentais. O
médico tenta adaptar o corpo doente ao corpo são; mas nós não sabemos o que é
são ou doente na vida social.
Não posso considerar a humanidade senão como uma das últimas escolas na
pintura decorativa da Natureza. Não distingo, fundamentalmente, um homem de uma
árvore; e, por certo, prefiro o que mais decore, o que mais interesse os meus olhos
pensantes. Se a árvore me interessa mais, pesa-me mais que cortem a árvore do
que o homem morra. Há idas de poente que me doem mais que mortes de crianças.
Em tudo sou o que não sente, para que sinta.
Quase me culpo de estar escrevendo estas meias reflexões nesta hora em que
dos confins da tarde sobe, colorindo-se, uma brisa ligeira. Colorindo-se não, que não
é ela que se cobra, mas o ar em que bóia incerta; mas como me parece que é ela
mesma que se cobra, é isso que digo, pois hei-de por força dizer o que me parece,
visto que sou eu.
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Libro del desasosiego
Fernando Pessoa
Traducción del portugués, organización,
introducción y notas de Ángel Crespo
Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997
Barcelona (España)
Edición especial para Ediciones de Bolsillo, S. A.
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Livro do Desassossego
Fernando Pessoa
Composto por Bernardo Soares,
ajudante de Guarda-livros na cidade de Lisboa
Formatado pelo Grupo Papirolantes
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