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El desconocido de sí mismo
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Octavio Paz
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Alvaro de Campos citaba una frase de Ricardo Reis: Odio la mentira porque es una inexactitud.
Estas palabras también podrían aplicarse a Pessoa, a condición de no confundir mentira con imaginación
o exactitud con rigidez. La poesía de Reis es precisa y simple como un dibujo lineal; la de Pessoa, exacta y compleja
como la música. Complejo y vario, se mueve en distintas direcciones: la prosa, la poesía en portugués y la poesía en
inglés (hay que olvidar, por insignificantes, los poemas franceses). Los escritos en prosa, aún no publicados enteramente,
pueden dividirse en dos grandes categorías: los firmados con su nombre y los de sus pseudónimos, principalmente el
barón de Teive, aristócrata venido a menos, y Bernardo Soares, «empregado de comercio».
En varios pasajes subraya Pessoa que no son heterónimos: «ambos escriben con un estilo que, bueno o malo,
es el mío … » No es indispensable detenerse en los poemas ingleses; su interés es literario y psicológico pero no agregan
mucho, me parece, a la poesía inglesa. La obra poética en portugués, desde 1902 hasta 1935, comprende Mensagem,
la poesía lírica y los poemas dramáticos. Estos últimos, a mí juicio, tienen un valor marginal. Aun si se apartan, queda
una obra poética extensa.
Primera diferencia: los heterónimos escriben en una sola dirección y en una sola corriente temporal; Pessoa
se bifurca como un delta y cada uno de sus brazos nos ofrece la imagen, las imágenes, de un momento. La poesía lírica
se ramifica en Mensagem, el Cancionero (con los inéditos y dispersos) y los poemas herméticos.
Como siempre, la clasificación no corresponde a la realidad. Cancionero es un libro simbolista y está impregnado
de hermetismo, aunque el poeta no recurra expresamente a las imágenes de la tradición oculta. Mensagem es, sobre todo,
un libro de heráldica -y la heráldica es una parte de la alquimia. En fin, los poemas herméticos son, por su forma y espíritu,
simbolistas; no es necesario ser un «iniciado» para penetrar en ellos ni su comprensión poética exige conocimientos especiales.
Esos poemas, como el resto de su obra, piden más bien una comprensión espiritual, la más alta y difícil. Saber
que Rimbaud se interesó en la cábala y que identificó poesía y alquimia, es útil y nos acerca a su obra; para penetrarla
realmente, sin embargo, nos hace falta algo más y algo menos. Pessoa definía ese algo de este modo: simpatía; intuición;
inteligencia; comprensión; y lo más difícil, gracia.
Tal vez parezca excesiva esta enumeración pero no veo cómo, sin estas cinco condiciones, pueda leerse de veras a
Baudelaire, Coleridge o Yeats. En todo caso, las dificultades de la poesía de Pessoa son menores que las de Hölderlin, Nerval,
Mallarmé… En todos los poetas de la tradición moderna la poesía es un sistema de símbolos y analogías paralelo al de las
ciencias herméticas. Paralelo, no idéntico: el poema es una constelación de signos dueños de luz propia.
Pessoa concibió Mensagem como un ritual; o sea, como un libro esotérico. Si se atiende a la perfección externa,
ésta es su obra más completa. Pero es un libro fabricado, con lo cual no quiero decir que sea insincero sino que nació de
las especulaciones y no de las intuiciones del poeta. A primera vista es un himno a las glorias de Portugal y una profecía
de un nuevo imperio (el Quinto), que no será material sino espiritual; sus dominios se extenderán más allá del espacio y
del tiempo históricos (un lector mexicano recuerda inmediatamente la «raza cósmica» de Vasconcelos).
El libro es una galería de personajes históricos y legendarios, desplazados de su realidad tradicional y
transformados en alegorías de otra tradición y de otra realidad. Quizá sin plena conciencia de lo que hacía, Pessoa volatiliza
la historia de Portugal y, en su lugar, presenta otra, puramente espiritual, que es su negación. El carácter esotérico de
Mensagem nos prohíbe leerlo como un simple poema patriótico, según desearían algunos críticos oficiales. Hay que
agregar que su simbolismo no lo redime. Para que los símbolos lo sean efectivamente es necesario que dejen de simbolizar,
que se vuelvan sensibles, criaturas vivas y no emblemas de museo.
Como en toda obra en que interviene más la voluntad que la inspiración, pocos son los poemas de Mensagem
que alcanzan ese estado de gracia que distingue a la poesía de la bella literatura. Pero esos pocos viven en el mismo
espacio mágico de los mejores poemas del Cancionero, al lado de algunos de los sonetos herméticos. Es imposible
definir en qué consiste ese espacio; para mí es el de la poesía propiamente dicha, territorio real, tangible y que otra
luz ilumina. No importa que sean pocos. Benn decía: Nadie, ni los más grandes poetas de nuestro tiempo, ha dejado
más de ocho o diez poesías perfectas… ¡Para seis poemas, treinta o cincuenta años de ascetismo, de sufrimiento, de
combate! El Cancionero: mundo de pocos seres y muchas sombras.
Falta la mujer, el sol central. Sin mujer, el universo sensible se desvanece, no hay ni tierra firme ni agua ni
encarnación de lo impalpable. Faltan los placeres terribles. Falta la pasión, ese amor que es deseo de un ser único,
cualquiera que sea. Hay un vago sentimiento de fraternidad con la naturaleza: árboles, nubes, piedras, todo fugitivo,
todo suspendido en un vacío temporal. Irrealidad de las cosas, reflejo de nuestra irrealidad. Hay negación, cansancio
y desconsuelo. En el Livro de Desassossêgo, del cual sólo se conocen fragmentos, Pessoa describe su paisaje moral:
pertenezco a una generación que nació sin fe en el cristianismo y que dejó de tenerla en todas las otras creencias; no
fuimos entusiastas de la igualdad social, de la belleza o del progreso; no buscamos en orientes y occidentes otras
formas religiosas («cada civilización tiene una filiación con la religión que la representa: al perder la nuestra, perdimos
todas»); algunos, entre nosotros, se dedicaron a la conquista de lo cotidiano; otros, de mejor estirpe, nos abstuvimos de
la cosa pública, nada queriendo y nada deseando; otros se entregaron al culto de la confusión y el ruido: creían vivir
cuando se oían, creían amar cuando chocaban contra las exterioridades del amor: y otros, Raza del Fin, límite espiritual
de la Hora Muerta, vivimos en negación, descontento y desconsuelo. Este retrato no es el de Pessoa pero sí es
el fondo sobre el que se destaca su figura y con el que a veces se confunde.
Límite espiritual de la Hora Muerta: el poeta es un hombre vacío que, en su desamparo, crea un mundo para
descubrir su verdadera identidad. Toda la obra de Pessoa es búsqueda de la identidad perdida. En uno de sus poemas
más citados dice que el poeta es un fingidor que finge tan completamente que llega a fingir que es dolor el dolor que de
veras siente. Al decir la verdad, miente; al mentir, la verifica. No estamos ante una estética sino ante un acto de fe.
La poesía es la revelación de su irrealidad: Entre o luar e a folhagem, Entre o sossêgo e o arvoredo, Entre o ser noite
e haver aragem Passa um segrêdo. Segue-o minha alma na passagem. Ese que pasa, ¿es Pessoa o es otro? La pregunta
se repite a lo largo de los años y de los poemas. Ni siquiera sabe si lo que escribe es suyo. Mejor dicho, sabe que,
aunque lo sea, no lo es: «¿por qué, engañado, juzgo que es mío lo que es mío?» La búsqueda del yo -perdido y encontrado
y vuelto a perder- termina en el asco: «Náusea, voluntad de nada: existir por no morir.»
Sólo desde esta perspectiva puede percibirse la significación cabal de los heterónimos. Son una invención literaria
y una necesidad psicológica pero son algo más. En cierto modo son lo que hubiera podido o querido ser Pessoa; en otro,
más profundo, lo que no quiso ser: una personalidad. En el primer movimiento, hacen tabla rasa del idealismo y de las
convicciones intelectuales de su autor; en el segundo, muestran que la sagesse inocente, la plaza pública y la ermita
filosófica son ilusiones. El instante es inhabitable como el futuro; y el estoicismo es un remedio que mata. Y, sin embargo,
la destrucción del yo, pues eso es lo que son los heterónimos, provoca una fertilidad secreta.
El verdadero desierto es el yo y no sólo porque nos encierra en nosotros mismos, y así nos condena a vivir con
un fantasma, sino porque marchita todo lo que toca. La experiencia de Pessoa, quizá sin que él mismo se lo propusiera, se
inserta en la tradición de los grandes poetas de la era moderna, desde Nerval y los románticos alemanes. El yo es un
obstáculo, es el obstáculo. Por eso es insuficiente cualquier juicio meramente estético sobre su obra.
Si es verdad que no todo lo que escribió tiene la misma calidad todo, o casi todo, está marcado, por las huellas
de su búsqueda. Su obra es un paso hacia lo desconocido. Una pasión. El mundo de Pessoa no es ni este mundo ni
el otro. La palabra ausencia podría definirlo, si por ausencia se entiende un estado fluido, en el que la presencia se
desvanece y la ausencia es anuncio de ¿qué? -momento en que lo presente ya no está y apenas despunta aquello que,
tal vez, va a ser. El desierto urbano se cubre de signos: las piedras dicen algo, el viento dice, la ventana iluminada y
el árbol solo de la esquina dicen, todo está diciendo algo, no esto que digo sino otra cosa, siempre otra cosa, la misma
cosa que nunca se dice.
La ausencia no es sólo privación, sino presentimiento de una presencia que jamás se muestra enteramente.
Poemas herméticos y canciones coinciden: en la ausencia, en la irrealidad que somos, algo está presente.
Atónito entre gentes y cosas, el poeta camina por una calle del barrio viejo. Entra en un parque y las hojas
se mueven. Están a punto de decir… No, no han dicho nada. Irrealidad del mundo, en la última luz de la tarde. Todo está
inmóvil, en espera. El poeta sabe ya que no tiene identidad. Como esas casas, casi doradas, casi reales, como esos
árboles suspendidos en la hora, él también zarpa de sí mismo. Y no aparece el otro, el doble, el verdadero Pessoa.
Nunca aparecerá: no hay otro. Aparece, se insinúa, lo otro, lo que no tiene nombre, lo que no se dice y que
nuestras pobres palabras invocan. ¿Es la poesía? No: la poesía es lo que queda y nos consuela, la conciencia de
la ausencia. Y de nuevo, casi imperceptible, un rumor de algo: Pessoa o la inminencia de lo desconocido.
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París, 1961
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