El hombre que boxea

.

El ser confeccionado

tan primorosamente:

el pómulo de plomo,

los raudos ligamentos,

arudos nervios violáceos,

iracundas arterias,

(estos son sus azules

crucigramas sanguíneos),

los fémures espléndidos

que al amor indicaban

su inclinación perfecta,

todo lo diseñado

bailaba con la muerte.

Un hombre cancelando

su pacto con la rosa.

La cruda, indetallable,

la sobria, parca muerte

quiso su occipital,

el cardo de su lengua.

Se desnudó. Sorbía

sus glóbulos de vidrio,

la redecilla intacta

del sudor anisado.

El hombre que boxea

trajo el hígado estrecho.

La muerte lo tocaba,

lo ama, lo quería

violentar con su verde

mariposa astillada.

(No te quiebres, marino,

sobre tu cuadrilátero).

Pero la muerta muerte

hurgaba entre sus sienes.

El hombre que boxea

se raja: son dos hombres

cancelando aterrados

su pacto con la aurora.

Los que miran al hombre

ven su radiografía.

Los que miran al hombre

no miran, no lo miran.

Todos vienen a verla,

a sentir su saliva,

su lengua gangrenada

lamiéndoles la nuca,

su teta de carbón.

A la muerte, la muerte.

Pagan blandos boletos.

Se acomodan. Se besan.

Esperan el punzón,

el huevo de la córnea

partido como un ascua.

Pagan por esos toreros

degollantes, que jueguen

a trepanar un casco

de cal, su calavera,

los cuentos de sus cráneos.

El hombre que boxea

pide disculpas, cae,

quiere un tropel de cuernos

que acuda a sus nudillos.

Pero la muerte sube

con dedos paralelos,

no apunta, no corrige,

no teme al pararrayos,

hace rotar el agua

de su boca a su boca,

es beso irremediable.

Y el hombre que boxea

pide disculpas, cae,

ya muerto hacia la muerte,

abandona su casa,

su cuerpo, la memoria,

es adiós infinito.

El hombre cancelando

su pacto con la historia.

 

 

 

 

Ana Istarú

El hombre que boxea
I. Los violentos idiomas de la muerte
De La muerte y otros efímeros agravios
San José, Editorial Costa Rica, 1988

 


 

 

 

 

 

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