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Miré al cielo. Dije
un sueño espera ser soñado.
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Venía de otro sueño.
Compartido. Hermoso.
Me asfixiaba. Era tan
limpio el aire
que un grito de dolor hubiese
resplandecido.
Miré al cielo. Cogí mis armas.
Las de ellos eran otras, pero
no había diferencia:
de una verdad a otra, ¿cuánto dista?
¿Cuánta ignorancia las separa
y cuánta las designa?
Es la verdad el nombre
que damos al impulso
con que la vida quiere ser soñada.
Cogí mis armas. Atrás quedó
el hogar. Abierto, el horizonte.
Fue hace mucho tiempo. Ahora…
ahora ya no son tiempos de espejismos.
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Chantal Maillard
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El desencanto del Quijote / 1 / Memoria del viaje
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