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carta del exiliado

A So-Kin de Racuyo, mi viejo amigo

y Canciller de Gen

Recuerdo cuando me hiciste un bar particular

En el extremo sur del puente de Ten-Shin.

Con oro reluciente y transparentes gemas

pagábamos

los cantos y las risas

Y pasábamos ebrios un mes tras otro,

sin pensar en el

rey ni los príncipes

Hombres inteligentes venían por el mar

y la frontera occidental

Y con ellos, contigo sobre todo,

Nos entendíamos perfectamente

Y nada para ellos cruzar el mar

o las montañas

Con tal de estar en nuestra compañía,

Y hablábamos de todo, sin ocultarnos

nada, y sin pesares

Después fui confinando a Wei del Sur,

Encerrado en un bosque de laureles,

Y tú hacia el norte de Raku-hoku

Hasta no haber entre nosotros

más que añoranzas y

memorias comunes

Y luego, cuando era ya insufrible

continuar separados,

Volvimos a encontrarnos y fuimos a Sen-Go,

Siguiendo las mil vueltas y remolinos

de las sinuosas

aguas,

Hasta un lugar resplandeciente

con millares de flores,

Que era el primero de los valles,

Y luego otros mil valles llenos de voces

y del rumor

del viento en sus pinares.

Y con sillas de plata y riendas de oro

Salió a encontrarnos el capitán de Kan

del Este y su

comitiva.

Y vino allí también el verdadero mandamás

de Shi-yo,

a darme a mí la bienvenida

Sonando un órgano de boca incrustado

de piedras

preciosas

Y en las casas de dos y más pisos

de San-Ko nos

obsequiaron más música Sennin,

Con muchos instrumentos, como en

un coro de Pichones

de Fénix.

El mandarín de Kan Chu, ebrio, bailaba,

porque sus largas mangas no conseguían

estar

inmóviles

Con la charanga de aquella música.

Y yo, cubierto de brocados, me le quedé

dormido sobre

las piernas,

Con el espíritu tan encumbrado que me

hallaba en el

séptimo cielo,

Y antes del fin del día nos dispersamos

como estrellas

o lluvia.

Yo me tenía que marchar a So, muy lejos

todavía aguas

arriba,

Tú regresaste a tu puente del río.

Y tu padre, que era valiente como un

leopardo,

Gobernaba en Hei Shu, y sometió

a los bárbaros.

Y un mes de mayo te mandó a traerme,

a pesar de la enorme distancia.

Y con las ruedas rotas y lo demás,

fue un viaje duro,

sobre caminos retorcidos como

tripas de chivo,

Y yo que caminaba todavía a finales de año

bajo el viento cortante que soplaba del norte,

Y pensaba qué poco te preocupaba el gasto

y tú te preocupabas lo suficiente para pagarlo.

Y ¡qué recibimiento!

Copas de jade oro, platos bien arreglados

en una mesa

azul toda enjoyada

Y yo borracho, y sin pensar en el regreso,

Y tú caminabas conmigo

hasta el extremo occidental

del palacio

Hasta el templo dinástico, rodeado de agua,

un agua

transparente como jade azul claro,

Con canoas bogando, y el son de

las armónicas y

tamboriles,

Y las ondas parecidas a las escamas

de los dragones,

remedando el verdor de la yerba en el agua,

El placer prolongado en compañía

de las cortesanas,

yendo y viniendo sin estorbos,

Con las pelusas de los sauces cayendo

como nieve,

Y las chicas pintadas con bermellón,

emborrachándose

por fin al caer la tarde

Y el agua, de cien pies de hondo,

reflejando sus cejas

verdes,

-Unas cejas pintadas de verde son para

verse bajo la

luna tierna,

Lindamente pintadas-

Y las muchachas cantando y respondiéndose

con cantos

las unas a las otras

Bailando en trajes transparentes,

Y el viento alzando el canto, interrumpiéndolo,

Y zarandeándolo bajo las nubes.

Pero todo esto tiene fin.

No se vuelve a encontrar otra vez.

Me fui a la corte a presentar examen,

Probé la suerte de Layú, ofrecí el canto Choyo,

Sin lograr promoción

y regresé a las montañas del Este

con la cabeza blanca.

Y más tarde, otra vez, nos encontramos

en el puente

del sur,

Y luego el grupo se deshizo, tú partiste

hacia el Norte,

para el palacio San,

Y si tú me preguntas cómo es que

siento tu partida:

Tal como caen las flores al terminar

la primavera,

Confusamente, en agitado remolino.

¿Para qué sirve hablar? -y hablar no tiene fin,

No tienen fin las cosas del corazón.

Llamo al muchacho,

Lo hago sentarse en los talones aquí

a mi lado

A sellar esto,

Y te la envío hasta mil millas de distancia,

mientras

quedo pensando.

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Rihaku

Li Po

 

«Exile’s Letter», translated by Ezra Pound


 
To So-Kin of Rakuyo, ancient friend, Chancellor of Gen.

Now I remember that you built me a special tavern

By the south side of the bridge at Ten-Shin.

With yellow gold and white jewels, we paid for songs and laughter

And we were drunk for month on month, forgetting the kinds and princes.

Intelligent men came drifting in from the sea and from the west border,

And with them, and with you especially

There was nothing at cross purpose,

And they made nothing of sea-crossing or of mountain-crossing,

If only they could be of that fellowship,

And we all spoke out our hearts and minds, and without regret.

And then I was sent off to South Wei,

smothered in laurel groves,

And you to the north of Raku-hoku,

till we had nothing but thoughts and memories in common.

And then, when separation had come to its worst,

We met, and travelled into Sen-Go,

through all the thirty-six folds of the turning and twisting waters,

Into a valley of the thousand bright flowers,

That was the first valley;

And into ten thousand alleys full of voices and pine-winds.

And with silver harness and reins of gold,

Out came the East of Kan foreman and his company.

And there came also the ‘True man’ of Shi-yo to meet me,

Playing on a jewelled mouth-organ.

In the storied houses of San-Ko they gave us more Sennin music,

Many instruments, like the sound of young phoenix broods.

The foreman of Kan Chu, drunk, danced

because his long sleeves wouldn’t keep still

With that music playing,

And I, wrapped in brocade, went to sleep with my head on his lap,

And my spirit so high it was all over the heavens,

And before the end of the day we were scattered like stars, or rain.

I had to be off to So, far away over the waters,

You back to your river-bridge.

And your father, who was rave as a leopard,

Was governor in Hei-Shu, and put down the barbarian rabble.

And one May he had you send for me,

despite the long distance.

And what with broken wheels and so on, I won’t say it wasn’t hard going,

Over roads twisted like sheep’s guts.

And I was still going, late in the year,

in the cutting wind from the North,

And thinking how little you cared for the cost,

and you caring enough to pay it.

And what a reception:

Red jade cups, food well set on a blue jewelled table,

And I was drunk, and had no thought of returning.

And you would walk out with me to the western corner of the castle,

To the dynastic temple, with water about it clear as blue jade,

With boats floating, and the sound of mouth-organs and drums,

with ripples like dragon-scales, going glass green on the water,

Pleasure lasting, with courtezans, going and coming without hindrance,

With the willow flakes falling like snow,

and the vermilioned girls getting drunk about sunset,

And the water, a hundred feet deep, reflecting green eyebrows

—Eyebrows painted green are a fine sight in young moonlight,

Gracefully painted—

And the girls singing back at each other,

Dancing in transparent brocade,

And the wind lifting the song, and interrupting it,

Tossing it up under the clouds.

And all this comes to an end.

And is not again to be met with.

I went up to the court for examination,

Tried Layu’s luck, offered the Choyo song,

And got no promotion,

and went back to the East Mountains

White-headed.

And once again, later, we met at the South bridgehead.

And then the crowd broke up, you went north to San palace,

And if you ask how I regret that parting:

It is like the flowers falling at Spring’s end

Confused, whirled in a tangle.

What is the use of talking, and there is no end of talking,

There is no end of things in the heart.

I call in the boy,

Have him sit on his knees here

To seal this,

And send it a thousand miles, thinking.

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Ezra Pound

Versión de José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal

de Cathay, 1915

 pound

 

 


 

 

 

 

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