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Nuestros días mortales

A través de los días mortales, bajo el cielo que nadie

comprende, corroboramos con un aire distraído

la idea de un infierno levemente estructurado

sobre las columnas de la carne, el espíritu o el desorden.

Aquí están los aconteceres: creados, no obstante,

a imagen y semejanza nuestra, rumores desdichados

de la ciudad, en la noche, y fétidas tinieblas

ambiciosas de aposentos demasiado humanos

que acumulan las huellas tristes, el desecho

de una existencia condenada a todo,

parecen cumplirse no a pesar nuestro precisamente

sino de manera ajena, en el caos insidioso

de una independencia atroz, a ratos como al descuido

hasta ofrecer una gratuidad desconcertante.

Del mismo modo la rama del verano y del invierno

y las frutas y los animales transcurren

del otro lado, por caminos oscuros de un reino

más desconocido que extraño.

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Nos fue dado a nosotros no la increíble indiferencia

sino perplejidad para sostener una abierta

realidad que a una broma indecente se asemeja;

hombrecillos pensantes cargados de piadoso tabaco

aventurados a la responsabilidad

de cada uno de sus huesos y a la libertad inútil

de los días ferozmente ocupados. Consecuentes,

irritables vasos de la decepción que de pronto

hallan que el hecho consumado los supera,

que se habían equivocado, que nadie sabe

en qué reside lo contrario del dolor,

que no era eso, en absoluto, lo que habían pedido,

que a través de la dulce y pausada

elección de los pequeños actos, las comidas, las rosas,

se vieron conducidos al súbito desastre.

Remo Erdosain, José K., estupefactos, naturalmente,

hallan que su propia perdición no les concierne

mientras persiguen como soñando una música

que conjeturan eterna y crece el viento

circularmente en un jardín lejano.

Así, la vana interrogación se vuelve

hacia su propio centro, nuestros días mortales

se levantan y caen como un fin en sí mismos

y prosiguen colmados con las formas hurtadas

a la imaginación tendida sobre el error.

Este es el sueño que logró Prometeo: Entonces

¿qué sentido habrá de concederse a su rostro

surcado por la furia, el orgullo y también la esperanza?

Oscuro es todo esto; pero a veces cantamos, en la noche,

para robar la llama a un remoto paraíso

y después retornamos, tambaleando, al infierno

que desde hace mucho tiempo rehusa

la morada insensata del mero pensamiento.

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Joaquín O. Giannuzzi


Los errores necesarios y otros poemas

Muestrario de poesía 49

Agosto 2009


 

 

 

 

 

 

 

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