María la sirvienta

Se llamaba María todo el tiempo de sus 17 años,

era capaz de tener alma y sonreír con pajaritos,

pero lo importante fue que en la valija le encontraron

un niño muerto de tres días envuelto en diarios

de la casa.

Qué manera era esa de pecar de pecar,

decían las señoras acostumbradas a la discreción

y en señal de horror levantaban las cejas

con un breve vuelo no desprovisto de encanto.

Los señores meditaron rápidamente sobre

los peligros

de la prostitución o de la falta de prostitución,

rememoraban sus hazañas con chirusas diversas

y decían severos: desdeluegoquerida.

En la comisaría fueron decentes con ella,

sólo la manosearon de sargento para arriba,

pero María se ocupaba de llorar,

los pajaritos se le despintaron bajo la lluvia

de lágrimas.

Había mucha gente desagradada con María

por su manera de empaquetar los resultados del

amor

y opinaban que la cárcel le devolvería la decencia

o por lo menos francamente la haría menos bruta.

Aquella noche las señoras y señores se perfumaban

con ardor

por el niño que decía la verdad,

por el niño que era puro,

por el que era tierno,

por el bueno,

en fin,

por todos los niños muertos que cargaban en las

valijas del alma

y empezaron a heder súbitamente

mientras la gran ciudad cerraba sus ventanas.

 

 

 

 

 

 

 

Juan Gelman

María la sirvienta

De Gotán, La rosa blindada, Buenos Aires, 1962

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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