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Me enamoré de Betty Mármol
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Me gustaba su pelo negro y lacio,
su cara blanca de helado de vainilla,
sus pies descalzos increíblemente limpios,
su voz nasal que besaba mis oídos con ternura.
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No me importaba que tuviera las piernas flacas
o que nunca se cambiara el vestido.
Lo que sí me molestaba era que se hubiera fijado
en ese enano rubio que tenía por esposo.
Era imposible no experimentar un arranque
de celos cuando lo abrazaba entre sonrisas.
Pero me bastaba verla en primer plano
para perdonarla y dejarle un beso silencioso
en la pantalla.
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Jamás le fui infiel. Jamás me fijé en Wilma,
por ejemplo.
No porque no me gustaran las pelirrojas,
sino porque Betty resumía toda la belleza del mundo.
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Mil veces quise sacarla del televisor para acercarla
a mi vida.
Me imaginaba con ella en el parque, en el cine,
besando sus ojos que debían saber a fresa.
Por las noches quería soñar que viajaba hasta ella
para abrazarla y comer juntos una buena costilla de brontosaurio.
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Betty se fue un día que crecí y regresó cuando menos lo esperaba.
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Mi esposa -hace un mes que nos casamos- tiene el pelo negro y lacio,
y le gusta andar sin zapatos.
Yo soy feliz contemplando su rostro de crema de leche,
besando su piel de dibujo animado.
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Lorenzo Helguero
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Me enamoré de Betty Mármol
Los relojes se han roto
Arlequín, 2005
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