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Dios en el centro, y aunque se moviese todo giraba a su alrededor.
Dios, de cerca era negro, y de lejos, como la luz, brillante.
No. Hablo mal. De lejos, era negro, y como alabastro, de cerca.
Dios daba miedo.
y la Virgen más allá: vestido de organdí rosa y muchos volados.
Organdí celeste. Camelias en el escote. Caravanas y abanico.
La Virgen, vestido de baile y abanico, y el gran mantón del pelo.
Pero en torno de su frente, giraba, de continuo, un rayo, una sucesión
de rosas. Los ángeles iban de aquí para allá como pájaros, se
oían sus suaves aletazos. Y los santos. Isabel de Hungría, la canasta
de lirios y de frutas, Luis, Pedro, Juan. Todos. Y las varas benditas.
También, había un montículo de ostras.
¿Cómo? Si eso no era un mar, era un bosque; las ostras, al entreabrirse
mostraban la perla brillando como plata. Con un brusco
desprendimiento, un suave chistido, todas estas perlas saltaban
hasta la Virgen.
Y, también, íbamos los habitantes de la aldea, los vecinos, cambiándonos,
igual que siempre, platos de ciruelas, calumnias y saleros.
Por una noche, nomás, estuvo junta la gente de la tierra y la
del cielo.
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Marosa di Giorgio
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de La edad anaranjada
número 20
Colección Ave Roc
Fondo de Animal Editores
Ecuador, 2012
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