Turbio
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Con su chándal descolorido,
la gorra del Konga con la visera hacia atrás y, en la muñeca izquierda,
un nomeolvides de plata con la inscripción ‘soy casi eterno’,
yo tuve un novio que era un hombre antipático y trabajador,
dedicado por entero al comercio del corcho.
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Tenía un aire fatigado o falso
y parecía, tal vez, más mortal que los demás mortales.
Son tan limitados, los seres humanos:
una lengua, unos labios, unas manos, una mirada. Ya está.
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Él vivía en la casita del autismo: libre de impuestos, politécnico
y merodeador. Dijeron que estábamos enamorados como quien
dice Mozart, cuando éramos solamente un poco de agua en el agua del mar.
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Ay, Turbio.
Todavía hoy, a veces, mientras lavo y deshojo la lechuga, me acuerdo
de aquellos atardeceres en el rompeolas, de las verbenas en la playa,
del aroma redondo de su cabeza.
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Con su aire antiguo o remoto, Turbio murió de viruela o me dejó por otra,
no sé, quién sabe: todo, casi todo muere o desaparece o se va.
Ahora, cuando paseo junto al río, pienso en la luna y en el tiempo
de la vida y en el color del mar.
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Ay, yo tenía un pan, pero lo perdí entre las piedras un día de marzo.
Ay, yo tenía un plato de sopa de cebolla, pero lo arrastró la lluvia
un domingo de tormenta. Ay, yo tenía un novio que no era guapo,
pero a veces parecía guapo, resultaba guapo, se ponía guapo.
Qué grandes eran sus manos, qué largos eran sus dedos.
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Yo tenía unos guantes de boxeo que habían sido de Primo Carnera:
estaban manchados de sangre y de betún y olían a ajo y a polvos de talco.
Yo tenía un botecito lleno de arena del desierto de Atacama,
con una etiqueta escrita a mano con tinta azul en la que decía:
Arena del desierto de Atacama.
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Yo tenía un pedazo de papel en el que alguien había escrito:
no vale nada la vida
la vida no vale nada.
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Rebeca Parcial Parcial
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Turbio
De El cazador de faisanes, R. y P. Parcial, ‘Las Parcialas’
Ediciones Inéditos Definitivos, Zaragoza, 2008
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