monólogo de un perro atrapado por la historia



Hay perros de perros. Yo era uno de los elegidos.

Mis papeles estaban en regla y por mis venas corría

sangre de lobos.

Vivía en las alturas y aspiraba el olor de los paisajes:

praderas asoleadas, abetos después de la lluvia

y pedazos de tierra bajo la nieve.

Tenía una casa decente y había gente pendiente de mí.

Me alimentaban, me bañaban, me acicalaban,

y daba estupendos paseos.

Respetuosamente, sin embargo, comme il faut.

Todos sabían muy bien de quién era perro yo.

Hasta el más pinche gozque puede tener un amo.

Pero, ojo, cuidado con las comparaciones.

Mi amo era de raza aparte.

La espléndida manada seguía cada paso que daba

y fijaba en él los ojos con asombrado pavor.

Para mí siempre esbozaban una sonrisa

tras la cual se vislumbraba una envidia mal disimulada.

Como yo era el único que podía

saludarlo con ágiles brinquitos,

sólo yo podía despedirlo mordiéndole los pantalones.

Sólo a mí me estaba permitido

recibir caricias y reburujes

cuando tenía mi cabeza en su canto.

Yo era el único que podía fingir sueño

mientras él se inclinaba hacia mí para susurrarme algo.

Con frecuencia se encolerizaba y trataba a la gente a los

gritos.

Gruñía, ladraba y no cabía

entre las paredes del recinto

Sospecho que yo era el único que de veras le gustaba;

nadie más, nunca.

También tenía mis responsabilidades: esperaba

y confiaba.

ya que él aparecía brevemente y luego se esfumaba.

Qué hacía allá abajo en las llanuras, no lo sé.

Supuse, sí, que debía de ser urgente,

casi tan urgente

como mi batalla contra los gatos

y contra cualquier cosa que se moviera sin razón

aparente.

Hay destinos de destinos. El mío cambió de repente.

Vino una primavera

y él ya no estaba.

En casa todo se puso patas arriba.

Maletas, cofres, baúles embutidos en automóviles.

Las llantas chirriando a toda velocidad cuesta abajo

y, luego, silencio tras la curva.

En la terraza trozos y escombros en llamas,

camisas pardas, brazaletes con emblemas negros,

y toneladas y toneladas de cartones machacados

desbordantes de estandartes inútiles.

Me vi a la deriva en medio de esta vorágine,

más asombrado que irritado.

Sentí miradas poco amigables sobre mi pelambre,

como si fuera un perro sin amo,

un gozque fisgón

al que espantan escaleras abajo con una escoba.

Alguien arrancó mi collar con adornos de plata,

alguien pateó mi plato, vacío durante días.

Luego alguien más, antes de alejarse,

se apeó del carro

y me pegó un par de tiros.

Ni siquiera sabía disparar derecho,

pues me vi moribundo durante largo tiempo,

en medio del dolor,

a merced del zumbido impertinente de las moscas.

Yo, el perro de mi amo.

 

 

 

 

 

 


Wislawa Szymborska

Monólogo de un perro atrapado por la historia

El gran número; Fin y principio y otros poemas

2ª edición

Hiperión 1998

Madrid

Traducción de Andrés Hoyo

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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