natalie díaz fue jugadora profesional de basketball en Europa, es de la tribu india mojave.
Por su trabajo ha merecido el Nimrod/Hardman Pablo Neruda Prize for Poetry.
Vive en Surprise, Arizona.
Ha publicado When My Brother Was an Aztec.
natalie díaz
traducción de francisco larios
alumno de primeras letras precisa
examen más minucioso
de la subyugación seráfica anglicana
de una reserva de indios salvajes
Los ángeles no vienen a la reserva.
Murciélagos, tal vez, o búhos, cuadraditos y moteados.
También coyotes. Todos ellos significan lo mismo—
muerte. Y la muerte
come ángeles, supongo, porque nunca he visto a un ángel
volar sobre este valle.
¿Gabriel? Nunca lo oí mentar. Aunque conozco a un tipo llamado Gabi—
pasó por aquí para un pow-wow y se quedó, típico
indio. Seguro que tenía alas,
si era un pajarito-de-celda. Vuela en carros robados. Dondequiera que llega,
niños crecen como calabazas en los vientres de las mujeres.
Como ya dije, ningún indio, que yo sepa, ha sido nunca o ha visto nunca un ángel.
A lo mejor en un desfile de Navidad o algo así—
la iglesia Nazarena hace uno cada diciembre;
lo organiza la esposa del Pastor John. Por supuesto,
el hijo del Pastor es el ángel—todo el mundo sabe que los ángeles son blancos.
Basta de pensar en ángeles-digo. A los indios no les sirven.
¿Recuerdas lo que pasó la última vez
que cierto dios blanco vino, flotando en el océano?
La verdad, puede que haya ángeles, pero si hay ángeles
allá arriba, viviendo en las nubes o sentados en tronos sobre el mar, cubiertos
por mantos de terciopelo y anillos de oro, bebiendo whisky en copas de plata,
nos conviene que sigan ricos y gordos y feos, y
que se queden ahí-mismo, donde están—en sus lejanos cielos.
Más te vale nunca ver ángeles en la rezer. Si algún día los ves, será porque te llevan
en marcha forzada
hasta Sión u Oklahoma, o algún otro infierno que habrán diseñado para
nosotros
Abecedarian Requiring Further Examination
of Anglikan Seraphym Subjugation
of a Wild Indian Rezervation
Angels don’t come to the reservation.
Bats, maybe, or owls, boxy mottled things.
Coyotes, too. They all mean the same thing—
death. And death
eats angels, I guess, because I haven’t seen an angel
fly through this valley ever.
Gabriel? Never heard of him. Know a guy named Gabe though—
he came through here one powwow and stayed, typical
Indian. Sure he had wings,
jailbird that he was. He flies around in stolen cars. Wherever he stops,
kids grow like gourds from women’s bellies.
Like I said, no Indian I’ve ever heard of has ever been or seen an angel.
Maybe in a Christmas pageant or something—
Nazarene church holds one every December,
organized by Pastor John’s wife. It’s no wonder
Pastor John’s son is the angel—everyone knows angels are white.
Quit bothering with angels, I say. They’re no good for Indians.
Remember what happened last time
some white god came floating across the ocean?
Truth is, there may be angels, but if there are angels
up there, living on clouds or sitting on thrones across the sea wearing
velvet robes and golden rings, drinking whiskey from silver cups,
we’re better off if they stay rich and fat and ugly and
’xactly where they are—in their own distant heavens.
You better hope you never see angels on the rez. If you do, they’ll be
marching you off to
Zion or Oklahoma, or some other hell they’ve mapped out for us.
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