ramón gómez de la serna
ramón
greguerías
Los conejos de Indias murmuran en los laboratorios: «¡A que no se atreverían a hacer lo mismo con osos blancos!».
El poeta se alimenta con galletas de luna.
La luna de los rascacielos no es la misma luna de los horizontes.
La linterna del acomodador nos deja una mancha de luz en el traje.
Los hongos y las setas vienen del mundo de los gnomos.
Los perros nos enseñan la lengua como si nos hubiesen tomado por el médico.
Cuando el pollo está bien asado es cuando tiene color de violín.
Lo más importante de la vida es no haber muerto.
Debería haber gemelos de oler para percibir el perfume de los jardines lejanos.
La plancha eléctrica parece servir café a las camisas.
La niebla acaba en andrajos.
El pitido del tren sólo sirve para sembrar de melancolía los campos.
Lo malo del helicóptero es que siempre parece un juguete.
Si el espejo corriese de pronto su cortina de azogue, veríamos nuestra radiografía.
Los crisantemos son unas flores del fondo del mar que prefirieron vivir sobre la tierra.
El buen escritor no sabe nunca si sabe escribir.
Lo mejor del cielo es que no puede inundarse de hormigas.
Lo irracional es así: el animal que se mira en un espejo cree que es un amigo o una amiga, nunca él mismo.
Era uno de esos días en que el viento quiere hablar.
Las gallinas blancas están en paños menores.
La escoba nueva no quiere barrer.
El tranvía aprovecha las curvas para llorar.
Hay una tos con ruedas dentadas.
El queso Roquefort tiene gangrena.
La timidez es como un traje mal hecho.
No es elegante sacarse pelusa de los bolsillos en una visita.
Lo que pone más rabiosa a la ballena es que la llamen cetáceo.
El acto más bello de la playa es ver cómo se quita las medias de arena la mujer bonita.
Las tijeras quisieran formar un ejército de tijeras.
El tiempo sabe a agua seca.
Un caballo blanco desnudo de arreos parece estar ya en la explanada de la muerte.
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