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rusia en 1931
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The archbishop of san Salvador is dead, murdered by no one knows
Who. The left says the right, the right says provocateurs.
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But the families in the barrios sleep with their children beside them and
A pitchfork, or a rifle if the have one.
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And posterity is grubbing in the footnotes to find out who the bishop is,
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Or waiting for the poet to get back to his business. Well there’s this:
Her breasts are the color of brown stones in the moonlight, and paler in
Moonlight.
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And that should hold them for a while. The bishop is dead. Poetry
Proposed no solutions: it says justice is the well water of the city of
Novgorod, black and sweet.
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C’esar Vallejo died on Thursday. It might have well been malaria, no one
Is sure; it burned through the small town of Santiago de Chuco in an
Andean Valley in his childhood; it may very well have flared in his veins
In Paris on a rainy day;
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And nine months later Osip Mandelstam was last seen fading off the
Garbage heap of a transit camp Vladivostok.
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They Might have met in Leningrad in 1932, on a corner; two men about
Forty; they could have compared gray hair at the temples, or compared
Reviews of Trilce and Tristia in 1922.
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What French they would have spoken!
And what the one thought would save Spain killed the other.
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“I am no wolf by blood,” Mandelstam wrote that year. “Only an equal
could break me.”
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And Vallejo: “think of the unemployed. Think of the forty million
families of the hungry…”
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rusia en 1931
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El arzobispo de San Salvador ha muerto, lo asesinó quién sabe quién.
La izquierda dice que la derecha; la derecha, que es obra de provocadores.
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Pero las familias en los barrios duermen con sus hijos al lado,
y un trinche o un rifle si lo tienen.
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Y la posteridad husmea entre las notas al pie de página para averiguar quién fue aquel obispo,
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en espera del poeta para que vuelva a lo suyo. Bueno, pues helo aquí:
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sus pechos son del color de piedras ocre bajo la luz de la luna, y más pálidos bajo una luz así.
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Y eso los contendrá un tiempo. El obispo ha muerto. La poesía
no propone soluciones: dice que la justicia es el agua del pozo de la ciudad de
Novgorod, negra y dulce.
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César Vallejo murió un jueves. Puede que de malaria, nadie
está seguro; arrasó con el pequeño pueblo de Santiago de Chuco en un
valle de los Andes cuando era niño; puede muy bien haberle flameado
por las venas en París un día de lluvia;
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y nueve meses después Osip Mandelstam fue visto por última vez buscando
comida entre la basura apilada en un campo transitorio cerca de Vladivostok.
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A lo mejor se conocieron en Leningrado en 1931, en una esquina; dos hombres
a los cuarenta; a lo mejor compararon sus canas en las sienes o sus notas
críticas de Trilce y Tristia en 1922.
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¡Qué francés habrían hablado!
Y lo que uno pensó que salvaría a España mató al otro.
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“No tengo sangre de lobo”, escribió Mandelstam ese año. “Sólo un igual
podría quebrarme”.
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Y Vallejo: “Y pensar en los desempleados. Pensar en las cuarenta millones
de familias muertas de hambre”.
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robert hass
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