–
–
–
–
–
–
–
Viendo, mirando a Sara, que parece haber encontrado en la bañera su posición preferida,
su descanso promiscuo, el lugar donde encontrarse o escapar de sí misma, uno se plantea
si Sara tiene el efecto mujer, que es por completo independiente de la belleza.
Ella es de hueso y carne, frente al tipo, al modelo contrario, que es de carne y hueso.
Tiene una actualidad seca y un esqueleto triste, quizá esté cansada o le duelan los cuchillos,
con el dolor de una cocina a oscuras o de la miseria del amor.
A veces el tedio enfrascado zumba como un moscardón dentro de una botella, o la difícil línea
quebrada de la felicidad se rompe o se tuerce.
El baño viene a ser la trastienda de uno mismo, la zona de limpieza y relajación, ajena al precio
del dinero y a la cosecha de zanahorias, donde lo deseable es permanecer hasta que el cuerpo
se canse de tanto descansar y de tanta agua tonta.
Sus piernas hacen un ruido rojo, tal vez no pueda salir todavía de la sombra de su sangre.
No sabemos si está próxima al remojo y al chapoteo o más bien ‘espera a que se le pase la verdad
para restablecerse nula y ficticia, inteligente y natural’.
Tiene una extraña mirada fija, más bien vacía, como de un insomnio prolongado, cuando más
que mirada se tienen los ojos abiertos pero ya muy cansados por dentro.
En suma: está con la conciencia a tropezones, arrumbada, casi dislocada en la bañera, lo que
viene a ser como ir a la deriva en una nave espacial, sin cereales, por la pureza del espacio,
como una iguana transparente.
Qué escasa es la vida: unas pocas puertas, unas pocas piedras, el agua que pasa y las aves
que vuelan, ya está.
–
–
–
–
–
–
–
–
0 comentarios