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tucsa y palomo

 

– Tucsa, voy a matarte. Antes que separarnos te mato; ya sabes que no acepto, que no tolero la separación.

Después me mataré yo, claro, como corresponde a mi honor y a mi dignidad de caballero.

– ¿Y por qué no te matas tú antes, Palomo? A lo mejor después me mato yo también, pero sólo a lo mejor.

– Pero si quieres separarte de mí, Tucsa, ¿por qué te vas a matar cuando yo esté ya muerto?

– Ay, nunca se sabe, Palomo, nunca se sabe. Los sentimientos, a la hora de la verdad, nos traicionan.

Y los impulsos más. Y recuerda cuánto te he querido, Palomo.

– Eso es lo que no entiendo. Toda la vida queriéndonos y, de pronto, que quieres separarte.

Y encima no es por otro hombre, sino por nada, que es lo que me molesta y no soporto.

Me cambias por nada, eso es lo que nunca entenderé.

– Tampoco es exactamente así como lo dices, Palomo, no, no es así. No es que te cambie por nada,

te cambio por no estar nunca más contigo… viene a ser lo mismo, pero con otro matiz.

– Pero, ¿tanto me odias, Tucsa? ¿No puedes ni soportarme?

– Eso mismo. No te odio, en absoluto, es sólo que no puedo soportarte ni un minuto más, Palomo,

ni un segundo más. Qué vamos a hacerle, más quisiera una que estar enamorada y contentísima contigo, pero no.

– Pero si soy el mismo de siempre, Tucsa, no he cambiado en nada, en nada.

– Por ahí van los tiros, me temo yo, Palomo. Tengo ganas de estar sola, sin ti, de saber cómo

es la vida sin nadie a mi lado… ¿me comprendes?

– No, ni mucho menos. Vete un mes, un año con tu hermana, o con tu madre… estás sola hasta cansarte,

averiguas eso de la vida sin nadie a tu lado, y después vuelves.

– Ay, Palomo, no hay forma. Si tengo que volver, aunque sea dentro de cinco años, es como si no me fuera…

¿no puede entrarte eso en la cabezota de una vez?

– Ya veo que tengo que matarte.

– Qué pita has cogido con matarme, Palomo. A ver: tú eres tú, yo soy yo… ¿bien hasta aquí? Bueno.

¿Que tú quieres matarte? pues vas y te matas: una, dos, tres veces, las que te pete… pero a mí déjame

a mi aire… ¿no se te ha ocurrido que a mí puede apetecerme vivir todavía unos añitos más?

– Pero si yo no quiero matarme, Tucsa… lo que no soporto es que te separes de mí, que te vayas

por el mundo dejándome tirado como un perro. Antes que eso prefiero morir.

– ¿Y lo de matarme a mí dónde encaja, zoquete? Me matas y después te matas tú… para eso te matas

tú primero, que para ese viaje no hacen falta alforjas. A ver: tú te matas, y después Dios dirá, ¿vale?

– Sí, y a vivir, que son dos días, ¿no?

– Pero qué más te dará a ti, Palomo, si ya estarás muerto. Seré tu viuda inconsolable, la mujer que

no soportará tu ausencia, la que siempre te echará de menos.

– Me estás liando, Tucsa. Yo no me quiero morir ni matar. Pero si te separas de mí, yo te mato.

Y después, sólo después, me mato yo.

– Muy bonito… ¿y quién me garantiza a mí que luego tú te matarás? ¿Y si te arrepientes o te entra el susto?

Mira, la idea no parece fácil de vender, Palomo, no nos engañemos.

– Yo sólo sé que si tú te separas de mí, te mato.

– Y dale. No, si cuando se te mete algo en la cabeza… Mira, hacemos una cosa: primero vas y matas a tu madre,

a ver qué tal… que ves que sí, que los tiros van por ahí, entonces me matas a mí. Yo encantada, ya lo sabes.

Si vienes y me dices: Tucsa, que sí, que es lo que yo creía. Entonces yo encantada de que me mates.

Pero si ves que no, que después de matar a tu madre las cosas no son como pensabas, no habremos gastado

pólvora en salvas… ¿estamos?

– ¿Y para qué voy a matar a mi madre, si ella no se quiere separar de mí?

– Eso es lo que tú te crees, Palomo, que los hombres nunca os enteráis de nada… el otro día, el domingo,

sin ir más lejos, me dijo: si yo fuera tú, ahora mismo me separaba de Palomo, hija, que me llama hija, ya lo sabes…

me separaba de Palomo y me iba a correr mundo, que para dos días que vivimos…

– Pero ella no se ha separado de mi padre, ni nunca lo haría.

– Toma, claro, y yo tampoco me separaría de tu padre, Palomo. Aquí el problema eres tú, cuándo te enterarás…

– Bueno, acabemos. ¿Te vas a separar de mí o no?

– Sí y no. Mira: nosotros nos separamos, pero cada tres días vengo a verte, a ver qué tal, limpio un poco la casa,

te plancho las camisas, y me vuelvo a ir. La idea es mejor que la tuya, no me digas.

– Que no, Tucsa, que tú eres mi mujer para todo y para siempre, no para un día sí y dos no…

– Es que lo quieres todo, Palomo. Bueno, vete preparando la pistola que voy a por tabaco al estanco, cariño.

Ya sabes, lo de la última voluntad.

– Tienes ahí, en la máquina.

– ¿La máquina?

– Sí, la máquina, ya sabes: ‘su tabaco, gracias’.

– Ya, pero en el estanco ahorro.

– Tú siempre tan ama de casa. Vale, pero no tardes, que no quiero que se me haga de noche matando.

– Ahora vuelvo, en un minuto, Palomo, pero si ves que me retraso no me esperes para cenar.

 

Sí, a veces la vida nos plantea dilemas absurdos, incluso trilemas absurdos y de difícil solución.

Otras veces, en cambio, no nos plantea ni un dilema ni medio, vamos viviendo de corrido, casi sin darnos cuenta.

 


 

 

 

 

 

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