balconcillos 4

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Escúchalos aquí recitados por Tomás Galindo

 

 

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Es tanto el silencio aquí, es tanto el dolor, es tanta la realidad, es tanta la belleza. Gotea el alba
por todas partes con un desgarrador olor frío, con un alrededor de llanto. Es cierto, es cierto, pero
la cebolla es otra cosa: la idiotez de lo perfecto, como la mosca que sueña con una telaraña de azúcar.
El pastor de los planetas no oye el grito de los ánades llamando desde el país de los muertos:
el negro negro y el negro animal se han dado cita entre sus orejas y le ensordecen. Pero es inmortal
y es sagrado: no desaparecerá como el círculo de fuego que traza un niño con un carbón encendido
en la oscuridad de la noche; saca sus fuerzas de la carne de buey y, como las leyes elementales,
no pide perdón.
Aunque no seas el padre de la jirafilla, sube, sube y asómate. El clima de los balconcillos es
fúnebre y elegante y agradable como el abrirse de las flores; hay un rumor de girasoles y hélices. Es
tanta la belleza aquí, es tanta la realidad. ¿La estación de los amores? Tal vez, tal vez.
En todo caso, el animal se niega a fatigarse en la agonía. Es un animal extraño, oculto en el
crepúsculo. A veces grita en las tardes inmóviles. Pobre animal: su vida no es fácil. Pobre, también,
miss havisham, la novia vana que cayó hacia lo oscuro como una nube rota. ¿Y la luna, qué tiene
la luna? No sé, una llaga: como si hubiese sido violada, con todos sus tules y su enorme luz. En efecto,
en efecto: es tanto el dolor aquí.
Asómate y verás pasar por la avenida de los tilos, al mediodía, el precioso chrysler amarillo y negro:
la capota salpicada por el sol, el rumor de los neumáticos sobre la grava. Con un poco de suerte verás
también el duesemberg sport con doble parabrisas- wow- hermoso como una máquina de guerra. Las
sombrillas del restaurante y las rosas de la pérgola se mecen con la brisa.
Preparados así, ¿nos atreveremos a decir cosas (políticamente) incorrectas, como le pide el poeta
a su amada? Mmmm. El pozo -salvaje- de lo que eres capaz es tuyo como tu muerte, como tu rostro:
tú eres ese pozo que no duerme, de aguas dudosas, donde estás a solas con tu identidad, descarnado
en la penumbra. ¿En qué agua de otro tiempo se pulió tu mandíbula y su origen? ¿en qué apagado sol
se removió tu cero y su carga oscura? Tal vez tus labios tienen unas alas del tamaño de la nieve. Apuesta
al caballo número 6 y deja la conformidad para los parientes lejanos: que la órbita que describas no pueda
medirse con el compás de un carpintero. Si nadie te ve, ¿qué te importa?; si todos te ven, ¿qué te importa?
Sube a los balconcillos y asómate si quieres observar con qué minuciosidad prepara sylvia su muerte.
Quiere un sarcófago a rayas con una cara pintada, redonda como la luna: dice que se conocerá a sí misma
y que será noche. Pero antes se enfriarán las plantas de sus pies, sus ojos azules. Y almacenarán su corazón,
bien envuelto. Mmmm. Ay, sylvia. Tal vez podríamos librarnos de la muerte aboliendo el oficio de enterrador,
aunque no parece un asunto tan sencillo.
Atento, que cruza un navío de otros mundos con su luz conmovedora: un buque astral que hace crecer las
azucenas. Y en el campo, un animal blanco de dios con un rostro de misterio: sí, es una vaca, una vaca viva,
limpia y alegre, deseada y hermosa, nada absurda, que te hará sentir el paraíso. Silencio: pasa el gran vallejo
navegando en el polvo de las demoliciones. ¿Tú tampoco quieres saber si el color rojo es antes o es después?
¿Tampoco quieres saber si los labios son una larga línea blanca? ¿No te interesa la triste historia de manuel
del río, natural de españa, que murió un sábado, 11 de mayo, por diecisiete dólares, y su cadáver definitivo
acabó en d’agostino funeral home, haskell, new jersey? Ay, la muerte vuelve una y otra vez, no nos deja
tranquilos.
También el cazador la trae, claro: el pensamiento del cazador es el disparo, que crea en el bosque un
silencio oscurísimo, un silencio con perro de principio a fin. El pensamiento del cazador alcanza la presa,
manchándose de sangre: al alcanzarla la nombra y muere con ella. Wow, está todo sincronizado, al parecer.
Pero si no acabas de sentirte cómodo con la identidad del cazador, puedes probar con otra: tal vez te
gustaría ser el hombre de fino bigote que toma el autobús -y no tiene heladas las manos ni nadie le espera en
el bar-. De estatura media, charlando con el conductor le dice, le dice: ya he terminado, por hoy se acabó. Wow.
La sensación de haber acabado, nada más y nada menos -y no tiene las manos heladas-.
Si tampoco esta otra identidad te colma, tienes todavía la de jeremiah johnson: sí, aventura y combate, dando
escolta a la caravana que atraviesa wyoming: el olor de la pólvora y de los caballos; esos malditos comanches;
doctor, tire la botella que va a tener trabajo; señorita, espero que sepa manejar un winchester.
Toc, toc. Vaya, es otra vez la muerte: allen ginsberg se muere en su cama de lower manhattan. Y las aves
marinas lloran, y los caballos lloran, y los caballos de aquiles lloran, y las olan lloran, lloran susurrrando allen,
allen. Ay, sobra la palabra sombra que nos nombra.
El animal extraño, el animal oculto en el crepúsculo se ha sentado a contemplar la muerte, pero ve solamente
lámparas y moscas y las leyendas de las cintas fúnebres. No ha nacido pero tiene que morir y, según parece, no
recuerda la inexistencia. Es, a veces, verde, como el manantial que brota de un reloj, y mira a los ojos como si
llorara. Vive o muere entre el agua y el huerto, entre el cero y el cero.
Por fortuna, tenemos todavía los poemas de marosa: tía cármine, con su vestido en revoltijo rosado, andaba
como una rosa rosada caminante. Ay, tía cármine, era tan bella que se casó con un animal, con el maestro tigre,
que daba terror. Vaya, poco hemos disfrutado del perfume del ramo de fresias: wanda se pregunta abiertamente
por qué no está muerta; sharon hace una relación de atrocidades que terminan -pero no acaban- en auschwitz;
leopoldo maría, seis veces suplicio, tres veces tortura, nos dice que la ciencia del dolor -aprendida a la fuerza- es
la única sabiduría posible en la zona clausurada. ¿Somos la vida o el amor? Bueno, la vida es sólo para tener en
orden los labios, para no mirarse las manos de cera, para dormirse sin funda en la conciencia. Wow, qué declaraciones.
¿Somos la vida? ¿somos el amor? No, no: somos los hombres huecos: nuestras voces secas susurran sin sentido
¡como los pies de las ratas sobre los cristales rotos! Y para acercarse al reino del sueño de la muerte, conviene usar
un prudente disfraz ¡de abrigo de rata! Como los niños juegan en plaza nueva a la rueda rueda, los hombres huecos
dan vueltas dan vueltas dan vueltas a la chumbera. La estrella se apaga, la estrella agoniza, la estrella se muere, y
no hay ojos: cae la sombra. ¿Reaparecerán los ojos como la estrella perpetua? Mmmm… es la única esperanza de
los hombres huecos, de los hombres con labios que no besan, de los hombres ciegos. Cae la sobra.
El bueno de tonino estuvo acompañando a la rosa que se moría: se sentó junto al vaso todo el día y toda la noche
y obtuvo así su recompensa: a las nueve de la mañana, el primer pétalo de la muerte cayó en sus manos. Como la chica
del cartel que anunciaba el sol de prestatyn, la rosa de tonino era demasiado exquisita para esta vida. El último desgarrón
transversal dejó de la muchacha solamente una mano y un poco de azul. Y hablan, ay, de las mujeres de swinburne, y de
la pastora de guido, y de las prostitutas de baudelaire.

 

 


 

 

 

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