balconcillos 1

 

 

Escúchalos aquí recitados por Tomás Galindo

 

 

Si tu vida ha sido plana hasta el día de hoy, puede que el relieve te aceche

en estos balconcillos, de clima suave y ambiente ameno. Puedes hacer las trampas

que quieras con el tiempo, pero tus días están contados. ¿Tienes grietas cuando

sales a la calle o las cejas crecidas de tanto llorar? ¿puedes mirar al destino

directamente a los ojos? ¿está tu vida desecha en una raya de la noche, en ese

vidrio que sangra en la ventana? Según lo que hayas respondido a estas sucias y

precipitadas preguntas, tendrás que hacer un cursillo acelerado de genuflexión, ay.

 

Sube a uno de los balconcillos más altos, si quieres, desde el que verás girar

las turbinas del crepúsculo. Sentirás la atmósfera estancada (y ligeramente teñida

de rosa y de azul), verás el espacio puro donde las flores se abren interminablemente

y donde se pueden contar hasta los caracoles en la hierba.

 

Bien, vamos allá, si te parece, que en la embajada se están poniendo nerviosos.

En primer lugar, ¿eres como nosotros? ¿tienes suturas, cicatrices que muestren que

has perdido algo? Parece ser que hay un error general, humano, cuyo ángulo no conocemos:

eso es precisamente lo que más nos interesa, y tenemos que saber si tú has venido solamente

a añadir las trivialidades de tu vida al (ya considerable) dolor de las nuestras.

Los demás, que se apañen con la nómina o la falta de nómina, con el vídeo, la coca o la esperanza.

 

Algunos opinan que la vida es un viaje experimental hecho involuntariamente o que somos

algo que sucede en el descanso de un espectáculo –por decirlo así-, una forma de estar

en las cosas que no nos quieren o, quizá, como ratones que volvieran de algún infinito

que desconocen. Estas explicaciones tienen la suficiente claridad y, también, la deliciosa

oscuridad de la armonía, pero demasiada herrumbre, querido, demasiada herrumbre.

 

Lo que nos importa es poner huevos en el tiempo y no en la eternidad, y no estamos dispuestos

a seguir jugando al cierraojos y ábrelos. Don roberto dice que el amor empieza cuando se

rompen los dedos. Parece (sólo parece) que los árboles tratan de decirnos quiénes somos.

Pero no sabemos ni siquiera a qué hora vendrán con nuestro retrato, ¿nos reconoceremos

sin lo que nos sobra? Cuando el aire tiene sabor a tiempo, las fronteras no están lejos, ay.

 

Sube, si quieres, cuando quieras, a estos amenos y hermosos balconcillos y no te dejes intimidar,

por lo menos de inmediato, por lo que oigas o dejes de oír. Mira las suaves laderas del

crepúsculo dorado que está virando a negro. Si has estado anudado y te han desanudado

con prisa o con violencia y te has quedado (como) depositado en nódulos y silencioso

hasta la maldición, entonces ya sabes cómo anuda el amor, cómo alienta sobre el vinagre

hasta volverlo azul. Después, más tarde, tal vez, cuando la luz regresa, ya no sabemos

ni qué queríamos ser: hasta entonces, habíamos estado siempre atados de amor, sin amor,

muertos, respirando un barro cansado, escondidos en sitios negros y dulces, tal vez

ocultando los clavos, ay.

 

Sube y asómate aunque no seas el padre de la jirafilla, aunque no seas el padre de las tórtolas

ni de los geranios, aunque no hayas contado los caracoles. Pero no te entretengas (demasiado)

oliendo cómo el perfume se separa de las flores y emprende el viaje: si te descuidas, enseguida

te meterán en unas meninas, montando caballos muertos, sí, tal como dijo el poeta inglés,

tumbado en la hierba, de los tres segadores: un cuarto está segando, y ése soy yo.

 

Si no te mojas, si no te empeñas, si no te pones firme y serio y exigente, no verás nada preciso:

una polvareda que pasa, una nubecilla rosada y tonta. Podrás decir: miraban, no miraban,

y distantes distantes. O: me acuerdo de árboles (muy) altos. O: algunas cosas hacían sombra

al moverse o al no moverse. O: había algunas columnas rotas y cisnes serios como hombres.

 

En súmula y ultimidad, una de tus manos se habrá quedado vacía y nunca sabrás cuál de las dos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

.

 

 

2 Comentarios

  1. marialaura

    «La vida es una forma de estar entre los que no nos quieren.» Reza así éste balconcillo. De todos modos tengo la sensación de que la vida, aceptada esta convocatoria a treparme, puede llegar a ser otra cosa. Hermoso texto: con la belleza del ángel caído, muerto de tanta vida.Gracias por compartir

    Responder
    • caballo

      María Laura, Ángel, voy leyendo a un ritmo más bien interrumpido: la canción dice que es verano y vivir es más fácil.
      María Laura: los balcones son centos, es decir, están escritos a partir de versos -no siempre literales- de poetas…
      en general, de los poemas que cuelgo: comenzaron como un mixto para escribir en poesía sin versos, sin cortar líneas,
      y siguieron porque me dio la gana, que es una forma de libertad, creo.

      Un abrazo. Gracias. Narciso

      Responder

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