anne sexton

 

vive o muere

 

 

 

 

 

[ezcol_1third][/ezcol_1third][ezcol_2third_end] En su excelente introducción a “Vive o Muere”, Julio Mas incluye la cita de Kafka con la que Anne Sexton comenzó su segundo libro de poemas:

“Los libros que necesitamos son aquellos que tienen sobre nosotros el efecto del infortunio, que nos hacen sufrir como sufrimos por la muerte de alguien que queremos más que nosotros, los que nos hacen sentir que estamos al borde del suicidio, o perdidos en un bosque muy lejano a la civilización – un libro debería servir como el hacha para el mar helado que hay en nuestro interior”.

Creo que las palabras clave de esta cita son “sentir” y “al borde”. Que los sentimientos no sean siempre positivos y el borde resulte agónico me parecen aspectos relevantes- y en el caso de Anne Sexton muy relevantes -aunque secundarios. Con frecuencia he pensado que en poesía lo relevante está en los sustantivos, en los verbos y en los adverbios más que en los adjetivos.

“Sentir” y “al borde” me parecen algunas de las notas características de la gran poesía; no las únicas, desde luego, pero sí algunas. Este libro de Anne Sexton nos hace sentir y nos coloca al borde.

Y lo hace con un recurso infalible que ella misma, a modo de declaración de principios, resume en dos versos del segundo poema (The Sun) – “Diseased by the cold and the smell of the house / I undress under the burning magnifying glass /… Enferma por el frío y el olor de la casa / me desnudo bajo la lupa que arde…”.

Formulado así el qué (su tarea) el inicio del siguiente poema (Flee on your donkey) explica brevemente el por qué (“Because there was no other place to flee to”/ Porque no había otro lugar al que huir”). Para luego, a lo largo del poema, explicar desde dónde habla (“… the scene of the disordered senses…/… el lugar de los sentidos perturbados…)

Un dónde tejido de psicoanálisis, traumas y regresiones infantiles, sueños, psicoanalistas y hospitales psiquiátricos que mediante su personal y cargada imaginería, ella transmuta en un escenario colectivo, en una especie de gran guiñol o desquiciado teatro del mundo donde cabemos todos, donde el argumento de la obra es “el hambre” – en el primordial y ontológico sentido de ansiedad no saciada – donde la muerte está siempre al acecho.

Al final del poema, la poeta busca la salvación en una nueva huida (“Flee on your donkey / flee this sad hotel… / Huye en tu burro / huye de este triste hotel…”). Huida que en el siguiente poema (Tres ventanas verdes) parece posible mediante una regresión de clara raíz freudiana hacia “la niña que fui /viviendo la vida que fue mía”.

Vana ilusión, desde luego, que en el quinto poema (Imitaciones del ahogamiento) se diluye en sofocación, falta de aire (como “una hormiga en un cazo de chocolate que hierve y te rodea”) y, sobre todo, miedo –aunque mejor sería citar a su equivalente inconcreto, la angustia- causa final del ahogamiento e inductora del tono vital de buena parte del resto del libro.

Tono que resume bien la última estrofa del siguiente poema Madre y Jack y la lluvia (“I come to this land to ride my horse, to try my own guitar… to conjure up my daily bread, to endure, somehow to endure”/…Vengo a esta tierra para montar mi caballo, para probar mi propia guitarra… para evocar mi pan de cada día, para soportar, de alguna manera para soportar”) de evidentes resonancias rilkianas.

Tono que resulta de un precario equilibrio entre el impulso de vida y el impulso de muerte y que, de un modo u otro, se mantiene durante los seis poemas siguientes (Acompañada de ángeles, La leyenda del hombre de un solo ojo, Canción de amor, Marido y mujer, Aquellos tiempos y Dos hijos) para sufrir una nueva y dramática sacudida, en los dos que vienen a continuación (Perder la tierra y La Muerte de Sylvia), en mi opinión de los mejores del libro, y que marcan una nueva vuelta de tuerca en su cadencia.

Perder la tierra, uno de los poemas menos “confesionales”, me parece un prodigio de construcción, de evocación de temas clásicos, desde la caverna platónica y la música como expresión de la armonía universal hasta la figura del eterno viajero y el papel de los ritos de paso. Y, también, de potencia dramática, acentuada por un final que plantea los tópicos de la conciencia como condena, de la imposibilidad de escapar o de recuperar la inocencia una vez que se ha entrado y se ha sabido.

La muerte de Silvya no es para ser glosado sino más bien para ser interpretado, transformando los blancos entre las estrofas en silencios cargados de emotividad y significado. Leyéndolo, uno tiene la sensación de que, a partir de ahí, nada en la poesía y en la vida de Anne Sexton volverá a ser lo mismo.

No por casualidad, la temática religiosa irrumpe con fuerza en los dos poemas siguientes (Pascua protestante y Para el año de los dementes) el segundo de los cuales concluye con una estrofa (“…Hay sangre aquí y me la he comido…”) donde se muestra el carácter antropomórfico (casi antropofágico) y básicamente imprecatorio de la relación de Anne Sexton con la religión.

Vienen luego Crossing the Atlantic y Walking in Paris, los poemas del viaje a París, al tiempo travesía física y nueva regresión a la infancia (a la propia y a la de su abuela Nana).

Tras los cuales se sitúa el célebre poema La menstruación a los cuarenta donde vida y muerte se enfrentan de nuevo en el cuerpo de la poeta, y la muerte (“This time I hunt for death, /the night I lean toward, / the night I want…, / Esta vez quiero cazar a la muerte / la noche a la que me inclino / la noche que quiero…”) empieza a ganar la partida.

El poema siguiente, Nochebuena, dedicado a las complicadas relaciones con su madre, arranca con un verso de potencia excepcional (Oh, sharp diamond, my mother! / ¡Oh, diamante afilado, mi madre!”) que si no es el hacha de Kafka se le parece mucho.

KE 6-8018 lleva por título el número de teléfono del doctor Orne, a quien Anne consideraba un segundo padre, y es ya un poema de adiós y de muerte cuyos dos primeros versos (“Black lady/ two eyes…,/ Señora de negro /dos ojos…,), no me pregunten por qué, hacen resonar en mí el “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” de Pavese, otro suicida ilustre.

Llegamos así a “Querer morir”, posiblemente el mejor poema del libro. Y no tanto por el tema, pues como recuerda Julio en la nota a este poema, Anne escribió más de veinte sobre el suicidio, sino por el estilo: un estilo sobrio, un poema no muy largo, poco metafórico, no demasiado provocador y donde cada uno de los versos – potentes, tensos, sobrecargados de significaciones sin dejar por ello de ser directos – tiene vida propia y vale, como quería Valéry, por un libro entero. El poema de quien conoce su destino y lo acepta. De quien sabe que está ya al otro lado y desde ahí nos habla. Una joya.

No es raro que después de esto La Noche de bodas, centrado en la pérdida de la virginidad; los dos poemas dedicados a sus dos hijas; Tu rostro sobre el cuello de la perra, dedicado a su amante Anne Wilder; y el poema Yo en 1958, que es una re-evocación de sí misma y que, una vez más, arranca con un verso al límite “What is reality? / ¿Qué es la realidad?”), tengan un cierto aire melancólico en ocasiones impregnado de ternura y lirismo, de ajuste de cuentas y de despedida.

Viene luego Nota de suicidio, corolario natural de Querer morir, un poema que contiene los dos nacimientos de toda mujer (el físico y el puberal); donde la vida es vista como algo sobrevalorado y la muerte propia aparece como una amiga interior, como un alter ego que acaba siendo el verdadero ego, lo único que de verdad cuenta y se espera, con quien se dialoga y a quien finalmente se abraza, sin importar lo que digan el mundo, Jesucristo, las serpientes o la ciudad de Nueva York. Como decía el sabio chino Meng Hisch, uno acaba sabiendo cuando se ha ganado el derecho a estar a solas con la muerte sin que le importunen los extraños.

En los siguientes dos poemas Anne se permite fantasear con la casa de verano en la playa y el recuerdo de sus padres haciendo el amor; y también con los temas que trataba con su segundo psiquiatra al que en ocasiones identifica con su padre y que, aparte de ser su amante, no parece que le ayudara demasiado. Para luego, en Dolor por una hija, trazar un retrato simbólico y conmovedor, de las relaciones entre madre e hija desde el punto de vista de una madre que también es hija y en consecuencia sabe de qué están hechos los amores y odios, los nacimientos y las muertes de una relación que muchas madres tienden a somatizar, que a menudo les tortura y de la que no logran desprenderse con facilidad.

A menos, claro, tal como se plantea en el poema siguiente (La adicta) que une se atiborre de pastillas cada noche y, de ese modo, coquetee con determinada forma de vida (I´m becoming something of a chemical mixture / Me estoy convirtiendo en algo parecido a una mezcla química) que también es (Yes, I try/to kill myself in small amounts… / Sí, trato de matarme con pequeñas cantidades…) una forma de matrimonio con la muerte en cuya antesala, simbolizada por el sueño químico (Now I´m borrowed. / Now I´m numb /… Ya estoy de prestado. / Ya no siento), concluye precisamente el poema.

El libro termina en Vive, escrito deliberadamente para acabarlo y que no quiere ser un texto de cierre sino de apertura. Un poema donde la voluntad de vivir se resiste a dejar el campo libre a su adversario y da la batalla. Sin embargo, respetando a quienes piensen otra cosa, yo no logro evitar la impresión de que las armas que usa – el mundo de ahí fuera, la familia, la poesía, la propia condición de mujer – o andan cortas de munición o están hace tiempo oxidadas.

Se ha insistido sobre aquellos elementos de la biografía de Anne que pueden ayudar a interpretar sus poemas. Por ejemplo, en el hecho de que tuvo dos hijas y deseó tener un hijo pero nunca lo logró. A eso se refiere en Menstruación a los 40 como, también, a su relación con Louis, su amante yugoslavo de entonces, de quien llegó a pensar que estaba embarazada, lo que, como pudo comprobar, no era cierto.

Otro elemento es el papel de la familia. Mientras la tuvo, Anne la vivió de forma problemática o no la valoró lo suficiente (y a ello se refiere claramente en “Vive”). Pero cuando creyó haberla perdido – sobre todo cuando creyó estar perdiendo la relación con sus dos hijas – la soledad se le hizo insoportable y tal vez ello contribuyó a su suicidio.

También se ha destacado la importancia de la música en su vida. Anne adoraba la música y de ahí, tal vez, su gusto por las rimas internas y el cuidado que pone en conservar los ritmos a lo largo de los poemas. Julio ha tenido que trabajar duro para mantener ese rasgo de su poesía al pasarlos al castellano.

Pero hay que apresurarse a decir que la relación entre biografía y poesía dista de ser lineal en Anne Sexton. Hay mucha “elaboración”, mucha “interpretación”, múltiples y complejas “resonancias”, a menudo entrecruzadas, y una simbología tan original como abigarrada en el tipo de escritura que emplea como para que la cosa resulte sencilla.

Anne Sexton siguió viviendo, escribiendo, publicando y recitando ocho años más tras publicar este libro. Consiguió fama y reconocimiento pero, hasta donde nos es permitido intuir, no logró lo que buscaba.

O tal vez sí.

En todo caso, nos dejó un regalo precioso.

A las mujeres primer término porque como recuerda Maxine Kumin en la Nota introductoria: “En los nuevos territorios que Sexton colonizó, atreviéndose a sacudir tabúes, seguimos adelante sin restricciones de palabras divisorias o prejuicios”.

Y a todos, hombres y mujeres, porque la potencia de su lenguaje y la cruda honestidad de sus enfoques apuntan hacia donde lo hace siempre el arte verdadero: a reconciliar verdad y belleza sabiendo que el empeño es imposible y sin arredrarse por ello.[/ezcol_2third_end]

 

 

A Julio Mas y a Pablo Méndez les debemos el disfrutar ahora de este libro único.

 

Alberto Infante Campos

 

 

 

 

 

 

 

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